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El
transplante de médula
El gran
mensaje de este relato es que no todo lo que vemos en la vida lo entendemos
realmente, y conviene comprobarlo.
Un muchacho
religioso iba por la calle que une Bené Berak con Ramat Gan, si no me
equivoco la calle Shabotinski. En uno de los carteles de avisos, le llamó
la atención uno de un muchacho joven, enfermo de leucemia que busca con
urgencia donantes de médula ósea.
Impresionado,
fue a hacerse la prueba para saber si podía hacer la donación.
Pasados unos días recibió la noticia de que la prueba era satisfactoria.
Fue a hablar
con el médico que tenía que hacer el transplante y le dijo que
quería conocer a la persona que recibiría la donación.
Se encontró
con un muchacho laico, simpatizaron en seguida y charlaron largas horas sobre
la enfermedad, sobre religión y por supuesto sobre la vida de cada uno.
Se sintieron identificados como si se hubieran conocido de toda la vida.
Volvió
el muchacho religioso a su casa y le contó a su padre sobre el interesante
encuentro que tuvo.
El padre
escuchó con atención todo el relato y preguntó quien era
el muchacho y de qué familia venía. En el momento que escuchó
el nombre del muchacho y el apellido de su padre, dio un grito tremendo y dijo
¡¿Quién?!... ¡¿Él?! Te prohíbo
que le dones nada. ¡Sólo sobre mi cadáver!
El hijo
se asustó al ver la reacción de su padre, le dijo: ¡Pero
papá, es una cuestión de conciencia! Pero el padre muy enojado
le prohibió volver a tocar el tema.
El hijo
no entendía qué le paso a su padre. Entonces fue a ver a su rabino
a pedirle consejo. El Rab fue con urgencia a ver al padre, trato de hablarle
a su corazón y a preguntarle la razón de su actitud.
El padre
le dijo: Honorable rabino: Yo respeto su presencia y por supuesto no lo echaré
de mi casa, pero si insiste sobre el tema, seré yo quien salga.
Le contesto
el Rab: todo el que salva un alma en Israel es como si salvara un mundo
entero.
El padre
no se inmuto, y ante los ojos asombrados de los presentes, abrió la puerta
de calle y salió.
El rabino
estaba intrigadísimo, y le dijo al muchacho: Hay acá un gran secreto
y yo lo tengo que revelar.
Dijo el
joven: Mi padre es un hombre muy reservado, pero cuando toma vino su corazón
se abre.
Se acerca
el Seder de Pesaj y por supuesto va a tomar algunas copas, si usted pudiera
venir y honrarnos con su presencia, al final del Seder puede ser que pueda hablarle
a su corazón.
Y así
fue que llegó el Rab al final del Seder y el padre que ya estaba algo
entonado por los brindis, se dirigió al Rab y le pidió disculpas
por su comportamiento anterior.
Le contaré
porqué me negué a que mi hijo le done medula ósea al hijo
de esa persona. No tengo duda que después que me escuche estará
de acuerdo conmigo. Escucho el Rab con atención:
Yo viví
el Holocausto. En el gueto estábamos unos cuantos hombres en una pequeña
habitación. Trabajábamos muy duro y no nos daban comida.
Mi pequeño
hijo estaba con nosotros, pero los alemanes no sabían de su existencia,
porque lo escondíamos en un mueble de madera de la habitación.
Por la noche lo bajábamos, y él salía para robar comida
de los alemanes y nos la traía.
La persona
de la que hablamos, que ustedes imploran que mi hijo le done la médula
ósea para salvar la vida de su hijo, era especialista en hacer bombas,
y eso hacia para los nazis, por eso ellos lo respetaban, y siempre rondaba por
el gueto acompañado de dos guardias.
Un día
entró a la habitación y con un palo empezó a golpear las
paredes hasta que llegó al mueble de madera, al golpear con fuerza cayeron
algunas maderas y también mi hijo, que allí se escondía.
Él lo tomó por el cuello, le torció la mano, lo sacó
afuera, cerró la puerta y se oyeron dos disparos. Dos tiros que marcaron
mi corazón para siempre.
Ahora dígame
respetable rabino ¿cómo puedo perdonar? Mi hijo no
salvará a su hijo.
El Rab,
con los ojos llenos de lágrimas se dirigió al hombre y le dijo:
¡Yo entiendo el dolor de tu corazón, pero ¿qué culpa
tiene el hijo?! Puede ser que aquí hay un dilema que nosotros no comprendemos,
pues oscuros son los caminos de Hashem. Y aparte de eso, hay aquí una
oportunidad de hacer una gran ofrenda a Dios. Vamos a hablar con ese hombre.
Después
de muchas horas de intentar convencerlo, por fin el padre accedió.
Llegaron
a la puerta de la casa y cuando el hombre salió y se cruzaron sus miradas,
el padre casi se desmaya de la conmoción. Pero el hombre le dijo: ¡Tú
estas enojado conmigo durante muchos años, y toda la vida esperé
el momento de verte para que sepas la verdad, y el cielo nos marco el momento
para que sea ahora!
Los alemanes
querían matar a todos los hombres que había en tu habitación
porque supieron que ocultaban un pequeño niño. Quise que el daño
fuera menor y les dije que yo voy a matar al chico, para salvar a todos ustedes.
Cuando lo
saqué afuera no pude matarlo, pero los guardias estaban junto a mi, por
eso tire dos disparos y maté a los guardias, de ahí me escapé
con el niño y lo llevé a un convento cercano.
Los alemanes
supieron que los traicioné, pero no podían matarme porque me necesitaban
por mis conocimientos en hacer bombas, por eso me torturaron de tal manera que
me dejaron estéril de por vida.
Cuando terminó
la guerra y sabiendo que no puedo tener hijos, me fui al convento a buscar al
niño que dejé. Me lo entregaron y lo crié todos estos años
con amor. Ese chico es tu hijo.
¡El
transplante de médula es para salvar la vida de "tu" hijo!
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