Basado en un texto del Rabino Mordejai Herbst
En el judaísmo, la santificación de la vida humana en
todos sus aspectos es algo primordial; no sólo los acontecimientos
solemnes, sino que lo que puede considerarse banal tiene su razón
de ser.
Tomemos por ejemplo el acto de la alimentación: en realidad no
es más que una función biológica natural, común
a todo el reino animal del que formamos parte. Pero he aquí que
hasta en el acto de comer, distingue el judaísmo al hombre de
la bestia, asignándole una serie de peculiaridades que le son
exclusivas.
Cuando un animal salvaje se encuentra hambriento, devorará
lo primero que encuentre a su paso. También el ser humano hambriento
se mostrará impaciente y nervioso. La ley judía que nos
enseñaron nuestros sabios, educa al hombre a controlarse, a dominar
sus instintos en forma humana y no irracional.
Cuando un judío se dispone a comer, debe antes
verificar si esta comida es Casher, vale decir permitida. Después
debe asegurarse que no ha comido alimentos de carne poco tiempo antes,
si va a ingerir alimentos lácteos. Antes de comer dice la bendición
correspondiente y si ingiere pan debe lavarse las manos agradeciéndole
al Creador por los alimentos que El le ha otorgado. En una palabra,
en el caso de la bestia, el instinto es su dueño y señor,
en el caso del hombre y del judío en particular, este debe dominar
al instinto.
Esa característica hace diferir a la voluntad de
instinto. La voluntad debe sojuzgarse al instinto, y así es como
el judío aprende, precisamente a través de esa función
biológica de la alimentación, a ejercer un autodominio
y un autocontrol. Esta capacidad se proyecta luego a los demás
ámbitos de la vida, construyendo un verdadero y eficaz proceso
autoeducativo.
La meza judía se a comparado con un altar, poseyendo
precisamente la santidad del ara en que en los tiempos del Templo de
Jerusalém se ofrecían los sacrificios a Di-s. Lo que encontramos
en la Meza diaria actual se encuentra representado en el altar; encontramos
la sal, que es un símbolo de pureza por ser indefinidamente estable
e imperecedera. Así deben ser nuestras acciones, puras y cristalinas,
sin mácula ni yerro.
Las piedras que se ocuparon para la construcción
del altar debían ser enteras, no podían ser cortadas con
instrumentos de fierro. Durante el Bircat Hamazón, la bendición
después de las comidas, durante los días de semana escondemos
los cuchillos o los cubrimos. Esto se debe a que el altar fue instituido
para prolongar la vida del hombre, mientras que el metal, del que se
fabrican las armas esta destinado a cercenarla. El Kidush que recitamos
en Shabat y la fiestas simboliza también la santificación
de la meza y sus comensales.
En el Templo de Jerusalem las ofrendas elevaban espiritualmente
a los que ofrecían los sacrificios, de la misma forma en nuestros
hogares, durante las comidas se acostumbra comentar temas de la Torá
para elevar el nivel espiritual de los comensales como nos enseñan
nuestros sabios en Pirke Avot (III-4), pues de lo contrario es como
si se ingiriesen sacrificios de cadáveres en esa meza.
Los alimentos presentes en una meza judía que se
precie de tal, están también santificados en cierto modo.
El severo mandamiento de la Torá, “la sangre no comerás
por que la sangre es el alma” (Deuterenomio,XII-23), nos enseña
a respetar aun el alma de un animal. (aparte de tener prohibido comer
la sangre de los animales, hay un mandamiento especial sobre la sangre
de ciertos animales de enterrarla o cubrirla) Debemos resaltar también
el mandamiento de alimentar a nuestros animales antes de sentarnos a
comer.
Un pensador expresó con mucho acierto que el hombre
se satura de lo que come, y se consustancia con ello, puesto que entra
a formar parte de su carne y sangre, por lo tanto es fácil comprender
la razón de los numerosos preceptos alimenticios que preconiza
el judaísmo. Sólo nos es permitido comer animales puros,
rumiantes tranquilos y pacientes, y aves que no sean de rapiña,
puesto que se convierten biológicamente en parte orgánica
de nuestro cuerpo y alma.
Todo este sistema conduce a un refinamiento del ser humano,
a la adopción de buenos modales como corresponde a la gente civilizada.
Pregunta la Guemará: ¿qué puede importar a Di-s
de que forma se faenó el animal? Y responde inmediatamente: “para
ennoblecer al hombre, inculcándole principios humanitarios.”
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