Algunos
entienden muy poco; otros, mucho. A veces, una persona que no entiende mucho
se ilumina de repente.
Moshé,
el leñador, era de ésos que comprendía muy poco. Su padre
y su abuelo habían sido leñadores y Moshé había
crecido en el bosque.
La pequeña
choza en que vivía, y que llamaba su hogar, estaba lejos de todo pueblo
o ciudad. Era un bosque muy grande e, incluso, las granjas más cercanas
estaban a muchos kilómetros de distancia. Además, no pasaba mucha
gente por ahí.
Moshé
había salido tres veces del bosque en su vida. La primera, que ni siquiera
recordaba, cuando su padre lo llevó a la ciudad para que le hicieran
el Brit-Milá. La segunda, para su Bar-Mitzvá. La tercera, para
su matrimonio. Sus padres habían muerto años después y
Moshé vivía solo en el bosque con su esposa y sus tres hijos.
Cortaba
leña todo el año, salvo en esos crudos días de invierno.
Dos o tres veces al año venía un comerciante de la ciudad con
sus carros a buscar la leña y pagaba a Moshé con provisiones.
Era prácticamente
la única persona que él veía, además de su familia.
Una que otra vez aparecía algún extranjero perdido. No era muy
seguido.
Y así,
como Moshé vivía apartado del resto del mundo, comprendía
muy poco. Cuando uno no se junta ni habla con otras personas no aprende mucho.
Por supuesto, hay excepciones; pero la mejor forma de cultivarse es intercambiando
ideas con los demás.
Moshé
era un judío religioso. Es decir, cumplía todas las mitzvot que
le habían enseñado: tefilín, tzitzit, oraciones diarias,
comida kasher y oraciones especiales para Shabbat y otras festividades. Su padre
lo había instruido muy bien al respecto y podríamos decir que
Moshé era un buen judío.
Pero
aún así Moshé comprendía muy poco. Esto sucedió
una vez antes de Pésaj.
Moshé era pobre, no vale la pena negarlo
Después de todo, lo único que sabía hacer era cortar leña,
y el comerciante que se la compraba lo sabía muy bien y podía
entonces pagarle como quisiera. ¿Qué podía hacer Moshé?
¿Vender su madera a otra persona? Ni siquiera sabría cómo
iniciar el negocio.
Por eso,
Moshé era pobre y seguiría siéndolo.
Esto ciertamente lo entristecía mucho. Pensaba en ello cada vez que tenía
que caminar penosamente por el bosque acarreando un pesado atado de leña
y ramas sobre su espalda. Pensaba cuan injusto era que él no pudiese
tener nunca nada, ni buena comida ni ropa nueva. Pero lo peor era que culpaba
a HaShem (D's) de su desgracia. ¡Es culpa Suya, toda la culpa es Suya!.
Un día,
como un mes antes de Pésaj, Moshé se puso a pensar en la festividad
mientras caminaba por el bosque. No tendrían una comida de fiesta ni
un hermoso Séder; sólo matzot. Tampoco podrían reemplazar
su vieja loza de Pésaj que ya está toda saltada. No sería
posible ofrecer ropa nueva a su esposa e hijos. Entonces se le ocurrió
que debía hacer algo al respecto. Basta de pensar. ¡Hay que actuar!
¡Escribiría una carta a HaShem!
Esa noche
Moshé terminó rápidamente su cena. Se acercó luego
con cautela al escritorio y sacó del cajón un lápiz, una
hoja de papel y un poco de tinta. Sopló encima para quitarles el polvo.
Ya casi ni recordaba cuándo los había usado por última
vez. Moshé se sentó frente a la mesa, se subió las mangas
para darse importancia y, después de algunos movimientos con el brazo
para calentar los músculos, comenzó a escribir.
Una
Carta de pura Emuná
"Querido HaShem: ¿Por qué me haces ser tan pobre? ¿Te
has olvidado de mí? ¿No estás acaso cuidándome constantemente
como me prometió mi padre? Pésaj se aproxima, esa época
en que una vez cuidaste y recordaste a Tus hijos de Israel. No tengo nada para
celebrar ahora este maravilloso Pésaj. ¿Por qué no me ayudas?
Moshé,
el leñador que vive en el bosque de Loyodin (no se sabe)”
Moshé se demoró dos horas en escribir esa carta. Cuando terminó
estaba agotado, pero se sentía feliz. Mañana se la enviaría
a HaShem.
Esa noche durmió profundamente.
A la mañana
siguiente, tomó la carta, que había doblado con cuidado, y se
dispuso a enviarla. ¿Pero cómo mandar una carta a HaShem?
No había pensado en ese problema. Moshé estaba perplejo. Sin embargo,
su esposa Rebeca le dio una idea.
¿ "Dónde vive HaShem?", preguntó en voz alta.
"¡En el Cielo! Los pájaros viajan al cielo, ¿verdad?
¡Entonces, amarra tu carta a la pata de un pájaro y listo!"
A Moshé
le gustó mucho la idea e hizo exactamente lo que Rebeca le dijo. Agarró
un hermoso pájaro azul y ató la carta a su pata. El ave salió
volando y Moshé retomó a su trabajo.
Pero la
carta impedía al pájaro azul volar bien. Este entonces bajó
a tierra en el bosque y se puso a brincar entre las ramas bajas de los árboles.
El Barón
Tovlev (Buen corazón) estaba cansado. El día anterior había
cabalgado sin parar del amanecer al atardecer, yendo de un pueblo a otro. En
ese momento iba cruzando el bosque de Loyodin para llegar a los pueblos de ese
lado. Todos los años en la misma época, el Barón Tovlev,
quien era un hombre rico y respetado por todos, solía viajar de pueblo
en pueblo, con el fin de recolectar dinero y comprar para los pobres matzot
y otras cosas que necesitaran para el Yom Tob. Se pasaba un mes entero antes
de Pésaj haciendo eso. Se olvidaba de sus negocios y otros asuntos para
cumplir con esa gran mitzvá.
Aunque andaba
cabeceando, se resistía a quedarse dormido en la montura. Sin embargo,
de repente notó algo extraño en el suelo: Era un pájaro
azul que brincaba de un lado a otro con una hoja de papel amarrada a su pata.
Se bajó rápidamente del caballo. Como el pájaro también
estaba cansado y molesto, lo agarró fácilmente. Y es así
como el Barón Tovlev encontró la carta que Moshé le envió
a D's.
Apenas terminó
de leerla, supo inmediatamente qué debía hacer. Se subió
a su cabalgadura y dio media vuelta.
Al día siguiente, el Barón volvía a atravesar el bosque
de Loyodin. Pero tras su caballo llevaba a otro cargado con una infinidad de
cosas que Moshé seguramente necesitaría para Pésaj: vino,
carne, loza nueva, ropa y muchos otros regalos. Avanzaba lentamente buscando
la choza del leñador. Anduvo dos días vagando por el bosque hasta
que por fin la encontró.
Llegó
a casa de Moshé al atardecer. Rebeca le dijo que su esposo volvería
luego. El Barón decidió entonces no decirle nada hasta que Moshé
retornara a su hogar.
Una
petición
verdadera no vuelve vacía
"Moshé",
le dijo el Barón, "traigo la respuesta a tu carta".
¿ "Qué carta?, preguntó Moshé en voz alta.
"¿Y cómo sabe que me llamo Moshé"?
¡ "Encontré tu carta para D's y traigo Su respuesta conmigo"!
El Barón
entonces descargó el caballo y puso ante ellos todo lo que les había
traído para Pésaj.
Moshé se sentó y colocó tristemente su cabeza entre sus
manos. Miraba fijamente al infinito.
"Entonces
HaShem no recibió mi carta", dijo suspirando. "Debería
habérmelo imaginado".
¡ "Pero, Moshé", insistía el Barón, "claro
que escuchó tu plegaria. Yo te traje Su respuesta"!.
Moshé se sentó entonces bien recto y miró al Barón
fijamente a los ojos:
"Usted es un hombre de mundo y yo soy un simple leñador. Pero no
puede engañarme así. Me dijo claramente que había encontrado
mi carta y por eso me traía todas esas cosas. ¿Piensa acaso que
voy a creerle ese cuento de que ésta es la respuesta de HaShem a mi carta"?
El Barón
Toviev se acercó a Moshé y se sentó a su lado. Le puso
la mano en el hombro y lo miró con franqueza:
"Mi querido Moshé, soy ciertamente lo que podríamos llamar
un hombre de mundo y tú un simple leñador. Pero en algunas cosas
somos todos muy simples. Por ejemplo, en cuanto se refiere a comprender los
actos de HaShem. ¿Cómo hace las cosas? ¿Por qué?
Sólo sabemos que las hace, nada más.
"No creas que Él no te vio escribir la carta.
Por supuesto que sí, porque siempre vela sobre ti. Además,
también te vio amarrar la carta a la pata del pájaro azul, porque
también cuida de él. El hizo que el pájaro volara hasta
donde yo estaba para que pudiera encontrar tu carta, porque El siempre
dirige y guía todos nuestros actos. Y también es Él
quien me indujo a traerte rápidamente todos estos regalos".
"Ves, amigo mío, HaShem leyó tu carta y la respondió.
Porque Él siempre vela sobre nosotros y nos protege,
así como lo hizo con los judíos de Egipto, a quienes finalmente
liberó de la esclavitud. Muchas veces no nos damos cuenta de que Él
hace todo eso. Pero es así. ¿Comprendes, Moshé?"
Moshé
se quedó callado unos instantes. Estaba pensando. Finalmente dijo:
"Comprendo, entiendo muy bien. ¡Comprendo muchas cosas ahora,
cosas que no había entendido nunca antes!"
Artículo
extraído de la revista “El Kolel” de Chile (Publicada en
Tishre 5752 - 1991)
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