Cuando has estado deprimido, ¿alguna vez alguien te dio una palmada en la espalda y te dijo "¡Anímate, tienes toda la vida por delante!"? Probablemente quisiste darle un golpe en la mandíbula. ¿Por qué? Porque a pesar de que estaba tratando de ayudarte, en realidad no estaba sintiendo lo que tú estabas sintiendo.
Cuando alguien está herido físicamente, todos corren a ayudarlo. Pero cuando el dolor es emocional o espiritual, si alguien está deprimido o sufriendo, no sabemos qué hacer. Por lo tanto, evitamos la situación. Sin embargo, esos son los momentos en los que debiésemos ir más allá de nosotros mismos e intentar compartir el dolor de otros, porque un corazón roto es peor que un brazo roto.
Debes estar consciente de que todo el mundo tiene docenas de cargas emocionales con las que lidiar (estén o no conscientes de ellas): problemas con el respeto por sí mismos, planes inconclusos, fracasos, dudas, ineptitudes. Todo eso es parte del desafío de vivir.
Si quieres vivir en un mundo "humanitario", tienes que aprender a no centrarte sólo en ti mismo y comenzar a sentir los problemas de los demás. No puedes vivir con los ojos vendados en un mundo "donde no existe nadie excepto yo". Eso es incivilizado… barbárico…
El primer paso para compartir el dolor de los demás es ver a los demás como personas de verdad, y no como objetos. Saludar a la gente diciéndoles “Hola, ¿cómo estás?” es una conducta social aceptada, pero a decir verdad, ¡lo último que queremos oír es cómo se sienten realmente!
Sé observador. ¿Esta persona está feliz o triste? ¿Débil o con fuerzas? ¿Temerosa o segura de sí misma? Aprecia que los problemas, esperanzas, aspiraciones y sueños del resto son tan reales como los tuyos. Enfócate en esto por medio de preguntarte a ti mismo: "¿Cuál es su dolor?". Utiliza tu imaginación para sentir cómo esto los puede estar abrumando.
A pesar del dolor, muchas veces la gente oculta sus verdaderas emociones. No asumas que lo que se ve en el exterior es un reflejo del interior. Alguien puede verse fuerte y disciplinado, pero por dentro puede estar terriblemente confundido.
Ponte en sus zapatos. ¿Cómo se siente ser anciano? ¿Débil? ¿Tener problemas de audición? ¿No tener dientes? ¿Perder un padre? ¿Cómo se siente en su primer día de trabajo? ¿Cómo se siente mudarse a un nuevo vecindario? Pregúntate: Si yo fuera él, ¿cómo me sentiría? El hombre que trabaja en el correo tiene un trabajo difícil. ¿Qué está sintiendo? O si alguien te empuja en el autobús, piensa que quizás está bajo mucha tensión.
Concéntrate y siéntelo de verdad. Por ejemplo, cuando hables con un anciano, trata de imaginártelo como una persona creativa y dinámica que alguna vez fue tan joven como tú. ¿Y qué hay de los niños? Es fácil tratarlos como juguetes y olvidar que en realidad son muy perspicaces y sensibles.
A todos nos fue dado el poder de la percepción —instintiva, emocional o intelectual— que usamos para evaluar a la gente. Hacemos esto inconscientemente. Cuando alguien se sienta al lado tuyo en el avión, ya lo estás descifrando. Tenemos la capacidad. Ahora úsala de una manera más consciente.
Todos nos enfrascamos en discusiones con otras personas y nos preguntamos cómo es posible que piensen de esa manera. Por eso debemos aprender a ver el mundo desde el punto de vista de quienes nos critican.
Supongamos por ejemplo que tus padres te están sermoneando acerca de cómo estás malgastando tu vida. (En otras palabras, ¡no estás haciendo lo que ellos esperan de ti!) No respondas de mala manera, no intensifiques la pelea y no intentes ganarles con insultos. En lugar de eso, ponte en sus zapatos. Siente su ansiedad. Reflexiona sobre cómo te sentirías si tuvieras un hijo que te preocupara. ¿Qué les molesta? Están preocupados por mí. Están ansiosos, piensan que estoy desperdiciando mi vida y se sienten mal por ello.
Todas las personas son un mundo entero por sí mismas, y tienen una visión de las cosas distinta a la tuya. Tómate el tiempo para introducirte en su mundo y ver qué es lo que piensan. No te apresures en tratar de imponer tu opinión; pregúntales la suya. Escucha.
Ver las cosas desde el punto de vista de otro por lo menos reducirá tu enojo y aumentará tu empatía.
Cuando tengas un desacuerdo con alguien, no pienses sólo en la lógica y justicia de tu punto de vista. Trata de descubrir cuál es el problema del otro. ¿Habrá algo que le impide ver la verdad?
Tienes que sentir dónde se encuentra atrapado tu amigo. No quiere admitir que cometió un error, así que no lo presiones. Probablemente no le gusta la conclusión porque lo pone incómodo. Relájalo.
No tomes represalias contra la gente como si fueran objetos. Si tu empleado no hace su trabajo, puede que necesite un poco de guía o un poco de aprecio.
Similarmente, cuando le estés enseñando a alguien no te comuniques en una sola dirección. Ve si la persona te está oyendo, si está interesada, si está aprobando o negando, si tiene energías, si se encuentra agitada, contenta. Tienes que sentirlo. Eso es percepción.
Esto va también para ti. Cuando tienes un profesor que está comunicando conocimientos, anda más allá de sus palabras. Trata de darte cuenta de lo que significa para él a nivel personal. Te estás metiendo en una nueva dimensión. Esa es la forma de aprender la sabiduría.
Para poder apreciar los problemas que tiene una persona ciega, intenta estar con los ojos vendados por un día. O ve al hospital y visita pacientes que han perdido alguna de sus extremidades. Eso convierte al dolor de los demás en algo más real, y serás más receptivo cuando otros necesiten ayuda.
Cuando una persona sabe que entiendes lo que está sintiendo, el dolor se aliviana en forma instantánea. Imagínate que el padre de un amigo acaba de morir. Ve a visitarlo y aunque él no quiera hablar, el solo hecho de sentarte a su lado hará que su dolor sea más soportable. Él sabe que estás ahí compartiendo su dolor.
Esto también se aplica a los enfermos. Tu visita puede hacerlos sentir mejor e incluso más saludables. Si te tomas el tiempo y el otro sabe que sientes su dolor, habrás alivianado su carga. Puede que no te des cuenta, pero ayuda.
Yendo más allá, no sientas sólo empatía. Ve si hay alguna manera de involucrarte directamente para ayudar a alivianar el dolor. Por una persona enferma podría ser abrirle la ventana, un masaje de pies o el rezar por él.
A veces, una persona pobre se vuelve rica, y desde ese momento, evita a propósito el contacto con la gente pobre. Los recuerdos son demasiado dolorosos.
El judaísmo dice lo contrario: Siempre que hayamos pasado por lo mismo que otra persona está sufriendo, tenemos la obligación especial de demostrar empatía.
Por eso la Torá dice: "Amarás al forastero porque fuisteis forasteros en Egipto". La experiencia judía en Egipto nos hace más sensibles a las dificultades de los demás. Lo podemos sentir porque hemos estado en esa situación. Aunque hayan sido nuestros ancestros, nuestra memoria colectiva nacional crea una obligación especial de ser sensibles.
El primer lugar para implementar estas ideas es con la familia y los amigos. Una falta de entendimiento y empatía es la razón principal por la que las familias pelean. Cuando llegues a casa, ponte en el lugar de tu cónyuge para saber por lo que está pasando. Siente lo que tiene que soportar cada día para lograr que la familia marche bien. Habla acerca de ello y muéstrale que reconoces cuán duro trabaja. Descubre nuevas formas de ayudar.
Similarmente, imagina a un adolescente que llega a casa y se tira en el sillón frente a la televisión con un plato de comida. Es un insulto. Es como que los padres no fueran más que un mueble de la casa que se encarga de pagar las cuentas. Mira a tu madre cuando entres a casa. ¿Tendrá algo en mente? Pregúntale si puedes ayudarla de alguna manera.
Especialmente con la gente con quienes tienes contacto constante, piensa:
Tu mayor responsabilidad de cuidado es con tus hijos. Los amas. ¿Pero puedes sentir cuál es su punto de vista? Eso a veces puede llegar a ser lo más difícil, porque implica darnos cuenta que son entidades independientes. Y eso significa que debes dejar de pensar en tu propio dolor, motivado por el fracaso de no lograr lo que quieres para ellos.
Lamentablemente, millones de padres se pelean con sus hijos. Aman a sus hijos más que a nadie pero transmiten desdicha y odio. ¿No es horrible? Y es sólo porque no sienten lo que siente la otra persona.
¡Mira cuán destructivo es no tener un poco de sabiduría!
Tarde o temprano tendrás que expandir tus horizontes. Tienes que sentir el dolor de los demás, inclusive de quienes no conoces. Cuando escuches en las noticias que alguien fue herido, siente dolor por él. Siente cómo es estar enterrado en casa y no poder moverte. Siente cómo es ser pobre y qué significa eso para la autoestima. Siente dolor por aquellos que son más vulnerables: las viudas y los huérfanos.
De otra forma, te volverás insensible.
Siente dolor por las víctimas de la sociedad. Por las víctimas del crimen. Por las víctimas de la edad. Por las víctimas de la discriminación. Siente el sufrimiento de la gente que nunca conocerás, por las situaciones difíciles que atraviesan algunas personas del otro lado del mundo.
Cuando compartimos el dolor con alguien que está deprimido, nos vacunamos contra esto nosotros mismos. Comenzaos a ver la vida de forma más objetiva. Y nos confortamos con el conocimiento de que otra gente puede estar sintiendo y experimentando lo mismo que nosotros.
Puedes caminar por ahí diciendo que eres una buena persona... y puedes hablar de ello... pero a menos que lo sientas en tu interior, no estarás tratando con la realidad.
Ve el dolor de Dios de la misma manera. Dios sufre cuando el hombre sufre.
Cuando tienes hijos, te das cuenta que no puedes obligarlos a ser obedientes. No puedes deshumanizarlos. Debes dejar que cometan sus propios errores, por su propio bien. Tienen que ser independientes.
Los seres humanos cometemos muchos errores y Dios (por así decirlo) sufre con nuestra demencia. Siente el dolor de Dios. Él creó un mundo hermoso, lleno de potencial, y sufre viendo tanto desperdicio, sufre cuando ve a Sus hijos confundidos.
Quizás harás algo al respecto.
Imagina que acabas de tener un bebé y no hay nadie a quien contarle. O que tu novia te acaba de decir “sí, quiero” y no hay nadie a quien contarle. Caminas por la calle y... ¡Oigan! ¡Estoy comprometido! ¿A alguien le importa? Es doloroso no poder compartir la alegría.
En una boda judía, todos son partícipes de la felicidad de los novios. ¿Por qué? Compartir la felicidad la hace real, la hace completa. Entonces cuando vayas a una boda, no vayas sólo a comer.
A la larga, incluso cuando compartimos las cargas negativas de otros, compartimos una sensación de felicidad. ¿Por qué? Porque ayudar a la gente es, en efecto, un placer. Y cuando nuestro amigo supera su problema, su nueva alegría es nuestra al igual que suya.