Rab. Yaacov Rosenberg
Tora y Ciencia

Entre la Verdad Religiosa y la Fe Cientifica

La experiencia diaria nos da la impresión de una separación muy marcada y profunda entre la sociedad observante de la religión y la cultura occidental moderna. Las discrepancias tienen su origen en los diferentes puntos de vista acerca de los valores universales y cuestiones exi
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La experiencia diaria nos da la impresión de una separación muy marcada y profunda entre la sociedad observante de la religión y la cultura occidental moderna. Las discrepancias tienen su origen en los diferentes puntos de vista acerca de los valores universales y cuestiones existenciales, valores que se manifiestan en su aplicación práctica a la vida cotidiana.

Un caso particular e importante de esta discordia es la polémica, aparentemente inevitable, entre la ciencia y la religión. La ciencia y la tecnología, junto con la libertad de opinión y credo, son el símbolo y el orgullo de la sociedad occidental moderna. Los desarrollos tecnológicos, un producto directo del avance en la ciencia, transformaron por completo nuestra forma de vivir. Calificamos de anticuada, o primitiva, a toda idea o actitud que ignora o se opone a la verdad científica.

La religión, para muchos, se asocia a la restricción de pensamiento. La investigación y el cuestionamiento, herramientas fundamentales de la ciencia, se ven limitadas, y a veces condenadas por la fe religiosa. El caso de Galileo, que se vio obligado a abjurar ante la Inquisición, es un ejemplo extremo de esta estrechez.

Muchos ven en la religión la sublimación de los valores morales y una fuente de inspiración. Estos, por lo general, distinguen entre los valores universales difundidos por la religión y su interpretación o aplicación práctica. Esto, no obstante, es una adopción parcial de la religión, puesto que la religión de por sí no se limita a las ideas sino también a los actos derivados de ellas.

Debemos aclarar que existen muchas diferencias, ideológicas y prácticas, entre las numerosas religiones. No pretendemos, ni deseamos en este artículo, tratar de las religiones en general, sino del caso particular de la religión judía, la cual, como miembros del pueblo judío, merece nuestra máxima atención.

 

El Judaísmo y la Investigación

Es sumamente importante mencionar la relación tradicional y recíproca que hubo en todos los tiempos entre los eruditos judíos y la investigación de la naturaleza. Decenas de nombres judíos ilustran a través de los siglos el estudio profundo de los fenómenos naturales. Muchos consideraron este estudio como una “Mitzvá”, una obligación que tiene todo judío de comprender cuanto más la sabiduría del Creador.

Sabios que abarcaban todas las ciencias podemos encontrar en todas las épocas y en todos los lugares de la diáspora judía. Nombraremos aunque sea a algunos de los más destacados.

Ya el gran amoraíta (sabio judío) Shmuel de Babilonia (año 230) era famoso por su conocimiento en medicina y astronomía.
El gran sabio Ibn Sina de Bujara (980-1037) fue reconocido a la edad de 20 años en todo el mundo como el mayor letrado de su época. Su famosa obra “El Canon de la Medicina” sirvió como texto de estudio durante 600 años. Redactó 16 libros de medicina, 11 de astronomía y ciencias, 68 de teología y cuatro obras poéticas.

La diáspora judeo-española se destacó por su gran número de letrados en todas las ciencias, entre ellos, Shlomo Ibn Gvirol (1022-1058), conocido filósofo, astrónomo, científico y poeta; Avraham Ibn Ezra (1100), lingüista, matemático, astrólogo y poeta; Maimónides (1135-1204), el gran comentarista, filósofo, médico, matemático y astrónomo; Yehuda Ibn Matca (1245), filósofo y enciclopedista; Yosef Ibn Caspi de Provenza (1300) – filósofo y lingüista; Shmuel Ibn Vacar (1340), médico del rey de Castilla; Don Isac Abarbanel (1437-1508), comentarista, filósofo, médico y gran estadista, sirvió como tesorero de Alfonso V rey de Portugal, luego como consejero de los reyes católicos Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla hasta la expulsión de España, y por último como consejero de los reyes de Nápoles; Tam Ibn Ijya (1470-1542), médico de Solimán El Magnífico de Turquía.

Después de la expulsión hispana, los eruditos judíos comienzan a destacarse en otros lugares del planeta, como por ejemplo, Yehonatan Aibshitz de Polonia (1690-1764), filósofo, astrónomo y científico; el Gaon de Vilna (Lituania, 1720-1797), gran genio de todas las épocas, experto en todas las ciencias; Ijya Aviach de Yemen (1873-1934), astrónomo y médico.
Hasta podemos encontrar ejemplos más contemporáneos. Tal es el caso del gran Rabino Avraham Isaías Karelitz (1878-1953), conocido por “Jazón Ish” (el título de su obra), quién, nacido en Lituania, se asentó en Israel en la ciudad de Benei Brak. El gran rabino Karelitz ejerció como dirigente y autoridad mundial de las congregaciones judías. Junto a su erudición rabínica era experto en astronomía, matemática, medicina y botánica.

 

¿Estado de Guerra?

La primer cuestión que debemos aclarar es si las doctrinas científicas y religiosas se oponen por esencia. En otras palabras, la persona que acepta la fe religiosa… ¿debe obligatoriamente renunciar a investigar ciertas áreas de la ciencia? ¿Debe el científico considerar la religión como a su proclamado enemigo?

Las verdades científicas y religiosas, no solo no se contradicen sino que además se complementan, pues ambas se ocupan de cuestiones diferentes. La ciencia es descriptiva. El científico analiza los factores que participan en cierto fenómeno y busca una fórmula, o ley, que lo describa.

Tomemos, por ejemplo, la ley de gravedad. Los científicos estudiaron la caída de los cuerpos (Galileo) y el movimiento de los planetas en sus órbitas (Kepler). Finalmente, Newton formuló la ley de gravitación universal, determinó los factores participantes (las masas y la distancia relativa) y estimó la magnitud de la constante universal de gravitación (G). Enrique Cavendish determinó por medición la magnitud de la constante G (1798) y el Instituto Nacional Americano de Standards (ANSI) definió en 1942 su valor actual.

La ciencia describe los fenómenos observados, sus causas y sus consecuencias, pero no el objetivo de dichos fenómenos. La ciencia puede llegar a conocer las consecuencias de los fenómenos. Es así que se pudieron lanzar satélites al espacio. La ciencia no pretende explicar el objeto de la gravedad, así como no se puede explicar en el laboratorio el objeto de la escritura jeroglífica.

La explicaciones ofrecidas, a menudo por los mismos científicos, no son de carácter científico sino filosófico. Los argumentos científicos-filosóficos son suposiciones y no se consideran ciencia, es decir, conocimiento.
La religión enseña acerca de la relación entre la naturaleza y el Creador. Cada fenómeno, cada ley, cada cosa y cada individuo tienen su objetivo en la creación. Si observamos, por ejemplo, un libro, distinguimos su forma, sus dimensiones, el sistema de imprenta, el tipo de caracteres, etc. Todo esto pertenece al análisis científico del libro. La idea transmitida por intermedio del libro, es decir, su objetivo, no pertenece a la ciencia. Las ideas son el producto, o creación, de una inteligencia y como tales pueden ser comprendidas y analizadas únicamente por otra inteligencia semejante.

Las ideas, los valores morales, el arte y el sentido de la estética trascienden los límites del mundo material y, por consiguiente, de la ciencia.
Para concluir este punto, citaremos a algunos científicos famosos.
El Prof. Efraim Katzir en su libro “En Medio de la Revolución Científica”, explica que la ciencia no está en posición de calificar cuestiones morales: “Desde la perspectiva de la ciencia, los problemas morales más simples no tienen significado”. Hay todo un mundo de valores, pero “la verdad científica es técnica y está desprovista de valores”. El individuo que acepta sólo lo “científico” pierde el sentido de su propia existencia: “si no se conoce la esencia de la bondad y la misericordia, la rectitud, la decencia…se ignora el significado de la vida”.
También Albert Einstein escribió sobre la relación y dependencia recíproca entre la religión y la ciencia. La religión “es aquella que fija la meta” pues es la fuente de “la aspiración hacia la verdad y la comprensión”. La ciencia, por su parte, determina “qué recursos contribuirán al logro de las metas”. La búsqueda de la verdad es el valor moral que guía al “verdadero científico” en su investigación.
A Einstein la vida “parecería totalmente vacía sin la persecución del objetivo”. Es éste el objetivo metafísico “que es inalcanzable en la investigación científica”, decía el gran científico judío.
Hay quienes creen que la ciencia puede explicarlo todo. Lo que no se entiende hoy, algún día la ciencia lo explicará. En este sentido, el notable físico Max Planck aclara el error: “Las realidades concebibles de la naturaleza no pueden ser completamente descubiertas por ninguna rama de la ciencia”. Es un proceso, por definición, interminable: “vemos en todos los adelantos científicos modernos que la solución de un problema sólo quita el velo al misterio de otro”. La investigación científica nos proporciona los detalles de los fenómenos, más la comprensión de estos “es esencialmente metafísica”.

El Enfrentamiento sin Frente
 

De acuerdo con lo dicho anteriormente, no debería haber discusión alguna entre la ciencia y la religión. A pesar de eso, hay varios desacuerdos famosos entre la religión y la ciencia.
Intentemos de resumir las mayores áreas de disidencia: la edad del mundo (geología); la evolución de las especies (biología y bioquímica); el origen del universo (cosmogonía); la crítica de la Biblia (lingüística) y la historia hebrea (historia y arqueología).


Es fácil deducir que todas las discrepancias entre la ciencia y la religión están limitadas a las ramas de la ciencia que estudian el pasado. Son estudios de una naturaleza histórica y como tales, no pertenecen a las ciencias exactas. Este punto vale una aclaración. Un detective puede hacer uso de las técnicas más avanzadas y de los mejores laboratorios para investigar cierto caso. A pesar de esto, sus conclusiones acerca del desencadenamiento de los hechos son el producto de un esfuerzo intelectual, de la experiencia o, simplemente, de la intuición.
No hay un sólo ejemplo de discordia entre la religión y la ciencia acerca de leyes naturales o de hechos observables empíricamente. Casos como los de Copérnico y Galileo, que fueron perseguidos por la Iglesia, no existieron, ni existen actualmente, en la religión judía.


Todas las disidencias mencionadas anteriormente tienen otra cualidad en común: son todas teorías científicas no comprobadas. En este artículo tendremos que limitarnos a algunos ejemplos para justificar lo dicho anteriormente. Un estudio exhaustivo del tema requeriría todo un libro.

 

La Edad del Mundo
Cuando se trata de la edad de mundo, la idea común es que los científicos determinaron por intermedio de mediciones la edad de restos antiguos, ya sea fósiles o capas geológicas. Pero la realidad es muy diferente.
Un buen ejemplo es el uso del isótopo radiactivo del carbono, el C14, para determinar la edad de los fósiles. El límite superior de medición con este elemento es de 40.000 años, que equivale a siete veces la “media vida” del elemento (valor físico de los elementos radiactivos que determina el tiempo necesario para la transmutación de la mitad de una masa dada). Con todo, la medición de miles de hallazgos con C14 no muestran señal de vida más allá de los 7.000 años. (Whitelaw, Libby y Holmes en varias publicaciones).


Considerando los errores por extrapolación incluidos en los cálculos, estas cifras están de acuerdo con la fe judía, pero no lo están con la teoría de la evolución. A este respecto escribe el profesor Baro: “Cuando la cronometría del carbono 14 apoya las teorías la escribimos dentro del texto, cuando las contradicen la anotamos al pie del artículo, y cuando es totalmente diferente, la omitimos.”
Si las mediciones directas no dan los resultados “correctos”, ¿en qué se basa la suposición de que los dinosaurios vivieron hace 135 millones de años? Pues, en este caso, al no haber medición directa, se usa un método de deducción indirecto: la edad de los restos fósiles corresponde a la edad del estrato geológico en el cual fueron hallados.


Aquí cabe, por supuesto, la pregunta: ¿en qué se basa la cronometría de las capas geológicas? Hay muchos datos sorprendentes respecto a los métodos utilizados por la estratigrafía, uno de los cuales es el llamado “razonamiento circular”: la edad relativa de los estratos se deriva de los restos fósiles hallados en dicha capa, de los cuales conocemos su edad por los estratos en donde fueron encontrados…
Para empeorar más la situación, la idea de que los restos fósiles apoyaban la teoría de la evolución sufrió una gran sacudida. Junto a las dificultades de cronometría mencionadas anteriormente, se sumó la dificultad de que no se han encontrado formas intermedias (como entre los anfibios y los mamíferos o entre el mono y el hombre, el eslabón perdido). Cálculos estadísticos demuestran que probablemente dichas formas jamás existieron.


En el congreso de paleontólogos que se llevó a cabo en Chicago en el año 1980 se admitió oficialmente la dificultad que ofrecen los fósiles a la teoría de la evolución. El Prof. Gould, de la universidad de Harvard, llamó a esto “el secreto profesional de los paleontólogos”.

 

La Evolución
La teoría de la evolución, que se nos presenta tan clara y pulida en los libros de estudio y en las enciclopedias, es en efecto una idea sumamente cuestionada y problemática en las obras originales de los investigadores.


Presentaremos aquí una selección de citas notables para darnos una idea de cuán “científica” es la teoría.
El destacado genetista August Weisman admite que la selección natural no es un fenómeno observable empíricamente: “Nunca podremos determinar, por medio de la observación, la investigación o el experimento, el proceso de la creación de una nueva especie por la selección natural en la lucha por la existencia”.
Por su parte, el evolucionista Michael Denton afirma de que la suposición de un caldo orgánico prebiótico carece de todo apoyo geológico: “se adviene como una sacudida el darse cuenta de que no hay absolutamente una (sola) evidencia positiva de su existencia”.


D. E. Hull publicó en la prestigiosa revista científica Nature un artículo donde explica que la idea de compuestos complejos formados espontáneamente en base a elementos más simples (idea fundamental de la evolución) está negada por las leyes de la termodinámica, la física atómica y la mecánica cuántica. Su conclusión es muy pesimista: “La conclusión de estos argumentos presenta el más serio obstáculo, si no fatal, a la teoría de la generación espontánea”.


H. S. Lipson , hablando de la aparición espontánea de la vida a partir de materia orgánica abiótica, llega a la misma conclusión: “La generación espontánea de células contradice la segunda ley de la termodinámica”.
Simpson y Bech explican el razonamiento que fundamentan las leyes de la termodinámica: “Una aportación incontrolada de energía no es suficiente para producir un sistema ordenado. Para ello hacen falta un sistema de información y una capacidad que sepa cómo utilizar esa energía.”


Una torta de cumpleaños, un objeto infinitamente más simple que una célula, no se hace “por accidente”. Debe haber una conciencia que controla y ordena el proceso de preparación de la torta.
En una revista científica de I.B.M. se analiza la transición de vida acuática a terrestre. Esto “implicó una transformación extrema y dramática en las características de sus huevos”. A continuación se enumeran varias diferencias esenciales entre los huevos terrestres y los acuáticos: la cáscara, la prominencia endurecida para romper la cáscara, el almacenamiento del alimento para el embrión y una bolsa para acumular los residuos del metabolismo. El autor llega fácilmente a la conclusión de que hubo un proceso controlado: “Estas transformaciones no pudieron haber sido útiles si no hubiesen estado coordinadas y sincronizadas”. Pero he aquí la contradicción: la coordinación implica un objetivo y un plan, “idea totalmente rechazada por la evolución” que supone mutaciones “accidentales”.
G. Wald, Premio Nobel en fisiología en el año 1967, resume un artículo en Scientific American donde detalla numerosas cuestiones sobre la teoría de la evolución, con palabras de admiración: “solamente hay que contemplar la magnitud de esta obra para admitir que la generación espontánea de un organismo viviente es imposible”. Su respuesta resulta muy sor– ¡la necesidad (?) nos obliga a creer que lo imposible pudo ocurrir!


Muchos cálculos de probabilidades demostraron que la evolución no tiene probabilidad práctica. Un ejemplo nos da el famoso científico Fred Hoyle: “La probabilidad de que se generasen 2.000 de las enzimas conocidas que actúan en la célula a partir de cadenas nucleotídicas accidentales es de 10-40.000”. Es decir, incluso para un pequeño “paso” de la evolución, la probabilidad es prácticamente nula. (Hay una ley del matemático Emil Borel que determina que un fenómeno con probabilidad menor que 10-50 no existe).


El renombrado filósofo de la ciencia, Karl Popper, enumera las exigencias fundamentales de una teoría científica. Una de ellas determina que la teoría debe permitir su comprobación o refutación. Su opinión sobre la teoría de la evolución es categórica: “El darvinismo no es una teoría científica sino metafísica. Puesto que la teoría de la evolución no puede hacer predicciones, y por lo tanto no puede comprobarse si es falsa, no es por consiguiente una teoría científica.”

 

Reflexiones
El lector se preguntará, con razón, si todo esto es posible. Da la impresión de que estaríamos culpando al conjunto de científicos de una conspiración general, de intentar engañar a todo el mundo. Que quede claro: la ciencia y los científicos, se merecen su adecuado respeto. Aquí estamos presenciando otro tipo de fenómeno social. Para comprenderlo, presentaremos dos citas más.
Michael Denton explica que la aceptación de la evolución como una verdad científica, fue un proceso gradual y espontáneo: “gradualmente los conceptos darwinianos permearon todo aspecto del pensamiento biológico”. El uso constante de los conceptos darwinianos está desligado de su origen metafísico – “actualmente todo fenómeno biológico es interpretado en términos darwinianos”.


Aldous Huxley, en su libro “Confesión de un Ateísta Declarado”, ve en la aceptación de la evolución una debilidad muy humana: “Tuve motivos para desear que el mundo no tuviese sentido; consecuentemente, supuse que no lo tenía y no tuve dificultad alguna en encontrar razones satisfactorias para esta suposición…”. La ciencia no es la causa de nuestra imagen de la existencia, sino exactamente lo opuesto; las teorías científicas pueden estar hechas a la medida de nuestros deseos. “La filosofía de falta de sentido fue esencialmente un instrumento de liberación”. Son éstos los mismos mecanismos de autodefensa conocidos por la psicología, que nos hacen justificar nuestras propias ideas.


Con esto volvemos a nuestro tema: la religión. La religión nos enseña que el motivo real para rechazar la fe en Dios no se debe a “pruebas” o “dudas”. Éstas sirven sólo de pretexto, o manifestación de algo mucho más profundo: la sensación de que la religión y la moral lo limitan.

 

La Religión y el Adelanto Científico
En diferentes oportunidades, nos enteramos de fuertes discordias que surgen entre grupos religiosos y grupos científicos.
La idea que captamos es que los religiosos, con sus creencias anticuadas, impiden el avance científico.
Las discrepancias entre grupos con culturas y valores diferentes son un hecho inevitable. Todo grupo lucha por aquello que considera estar en lo más alto de su escala de valores.
El engaño está en intentar presentar un desacuerdo entre dos puntos de vista como una lucha por la libertad de la ciencia. Tomando como ejemplo extremo y abominable, el médico nazi Josef Mengele solía hacer experimentos médicos con prisioneros judíos. Estos “experimentos” incluían el estudio del efecto de diferentes venenos y tóxicos sobre el cuerpo humano, o la capacidad de resistencia del cuerpo a operaciones sin anestesia.


Por más diabólico que sea este ejemplo, no podemos dejar de aprender la gran moraleja: los valores morales deben limitar, y a veces detener, el avance científico.
No se puede, en nombre de la ciencia, derribar las barreras.


La definición del momento de la muerte o la preservación de cementerios son cuestiones puramente morales. La medicina no tiene claro aún el momento de la muerte y es por eso que en diferentes países, o incluso en distintos hospitales, actúan de manera diferente.


Si no desviaran el tema a una lucha contra los religiosos, es muy probable que otras personas, no identificadas con la religión, defendiesen los mismos valores morales.

¡Cuán numerosas son Tus obras, todas con Sabiduría las Has hecho!
Salmos CIV, 24



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