LA VACA Y EL BECERRO
“Y el pueblo vio que Moshe se demoraba en bajar” (Shemot 32,1)
¿Qué vieron los “Erev Rav” (los egipcios que se agregaron a Israel en la salida de Egipto) para hacer el becerro de oro? ¿Qué fue lo que vieron miles de Israel que bajaron sus brazos y no los reprocharon? ¿Qué vieron? Es un versículo explícito: vieron que Moshe se demoraba en bajar del monte. Un error en el cálculo de los cuarenta días en los que Moshe debía regresar después de su ascenso.
¿Qué hacemos? Tenían dos posibilidades. Una, dirigirse a Aharon Hacohen, su hermano. Aharon fue profeta en Egipto, antes que Moshe Rabenu, y fue la mano derecha de Moshe Rabenu en la redención del pueblo. Y el mismo Moshe delegó en él la conducción, diciéndole al pueblo que ante cualquier circunstancia se dirijan a él. Y le podían pedir que le pregunte a Hashem la causa del retraso en el descenso de Moshe…
El segundo camino, terrible e indignante: si el Bore Olam no quiere conducirnos por medio de su enviado Moshe, tenemos un reemplazante, Jalila. Volveremos a la idolatría que teníamos en Egipto. Crearemos un becerro y lo adoraremos. Y él nos sacará de aquí en paz. Los que pensaron así pagaron un precio muy alto. Murieron uno por uno. Y el resto, pecaron con el pensamiento, escribió el Ramban. ¿Con qué pensamiento? Ellos no fueron contados entre los que hicieron el becerro, tampoco se alegraron con su aparición. Se asombraron de la figura creada por los “Erev Rav”. Pero pensaron: después de que ellos lo hicieron, nosotros no estamos contentos con el becerro, pero puede ser una solución. Ellos irán tras el ídolo que crearon y nosotros, aunque no le serviremos, iremos con ellos. Y así nos arreglaremos sin Moshe Rabenu, sin Hakadosh Baruj Hu. Y tal vez con él venga la salvación…
No sirvieron a la idolatría, solamente se apoyaron en ella. Y Hakadosh Baruj Hu se enojó con ellos y casi decreta la exterminación.
Y desde entonces, en cada sufrimiento que le llega al pueblo de Israel, como ser: la destrucción del Beit Hamikdash (primero y segundo), la inquisición, el holocausto, las intifadas, los pogroms, los atentados suicidas, la pobreza, etc., parte del castigo corresponde al pecado del becerro.
Y es sabido que Hakadosh Baruj Hu castiga a los descendientes de los pecadores, sólo si ellos van por los mismos caminos equivocados de sus padres (Sanhedrin 27b). Y diremos, que nosotros tenemos ese mismo síndrome: en lugar de poner nuestros ojos en el Bore Olam, en lugar de dirigirnos al Aharon Hacohen, Santo de Hashem de la generación, ponemos nuestros ojos en el “becerro de turno”, y esperamos que de él venga la salvación.
Las palabras de rabi Shimon Bar Iojai (Shojer Tov Tehilim 3) hacen mucho ruido. Dijo que hicieron trece becerros. Uno traería la paz y la seguridad, otro evitaría los atentados, otro se llamaría muro de separación, otro “kipat barzel”, otro sería una economía segura. Como el número de tribus sería el número de becerros. Y cuanto más becerros, más grande sería el enojo de Hashem, Jalila…
Vamos a obtener una enseñanza y a saber: el final de cada becerro es un trozo de metal y el final de sus autores la tristeza.
¡Qué maravilla!, en el mismo Shabat en que leemos la perasha del becerro de oro, leemos en la Haftara la perasha de la Para Aduma (la vaca bermeja), que justamente trae el perdón por ese pecado, como dijeron nuestros sabios: vendrá la madre (la vaca) y limpiará la suciedad de su hijo (el becerro) (Rashi Bamidvar 19,22). Y no sólo eso, sino que al aparecer juntos el perdón y el pecado, nos ayuda a entender mejor la naturaleza del pecado.
El pecado del becerro fue un tropiezo, de eso no tenemos dudas. No fue para hacer enojar a Hashem, para que quiera exterminarnos…
El arreglo fue con el precepto de la vaca bermeja. Y fue exactamente ojo por ojo. Con el becerro fueron detrás de sus pensamientos, inclinando el corazón mientras se escapaban del Bore. Cuando hicieron el becerro siguieron el camino de la cultura de Egipto cerrando los ojos a los milagros que hizo el Bore.
Con el precepto de la vaca bermeja nos desprendemos de las culturas del mundo que se equivocan, criticando un precepto que la mente no puede comprender. Un precepto que es llamado “ley”, “es un decreto del que no tienes el derecho a pensar en sus causas”. Y nosotros decimos: está bien, nosotros no entendemos, pero el Bore Itbaraj nos lo ordenó, y El, desde luego, sabe mucho más que nosotros. El Bore Itbaraj lo ordenó, y nosotros estamos subyugados a él y debemos escuchar Su Voz. Sin desviarnos ni a la derecha ni a la izquierda, haremos como él nos lo ordena…
Cuando el rebe Mishinava, el gaon hakadosh escritor del “Divre Iejezkel” ztz”l visitó la tierra de Israel, hace unos cien años, salió a recibirlo el rab de Tzfat, el gaon rabi Shmuel Heler ztz”l, como representante de la congregación, pero la caravana que traía al rab se retrasó. Las sombras de la noche ya estaban presentes. Un suspiro de alivio se escuchó cuando vieron que la caravana finalmente se acercaba.
¿Qué pasó?, preguntaron. Los recién llegados contaron que en el camino se detuvieron y el rebe bajó de su burro, para rezar la oración de Minja (de la tarde) al lado de uno de los montes. Todos terminaron sus oraciones, pero la oración del rebe se prolongó durante un tiempo muy extenso. Por eso se atrasaron.
El rab de Tzfat preguntó sobre la ubicación del monte, y cuando le contaron dijo: “ahora yo sé que el rebe es un hombre santo. Ese es el monte”.
¿Qué monte?, preguntaron. Y el rab contó:
Un árabe estaba sembrando en ese monte y el rastrillo se le trabó y se rompió. Se agachó para quitar el obstáculo y descubrió una vasija de oro llena de ceniza. Corriendo llevó la vasija a su tienda, feliz con su hallazgo.
En la noche se le presentó un anciano en sueños y le advirtió: devuelve la vasija a su lugar, porque es sagrada.
El árabe se levantó, perturbado, vació la ceniza en una vasija de barro y la escondió en el monte, guardándose la de oro.
En la noche se le apareció nuevamente el anciano, con otra advertencia: devuelve la ceniza a la vasija de oro. Porque la ceniza es de una vaca bermeja, y la vasija es sagrada. Todo está guardado esperando la redención de Israel…
El árabe se levantó, y pensó: los sueños son nulos, no existe sueño sin tonterías. Al día siguiente murió su hijo. El sueño se repitió y el hombre dijo: es una casualidad…
Pasó otro día y murió su segundo hijo. El anciano se reveló otra vez y le dijo: el oro te enceguece, y esta es la última advertencia…
El árabe se enfermó y ya casi agonizaba. Con sus últimas fuerzas devolvió todo a su lugar. Al lado de ese monte el rebe rezó la oración de Minja, por eso su oración se demoró tanto…
Traducido del libro Maian Hashavua.
Leiluy Nishmat
Israel Ben Shloime z”l
Lea (Luisa) Bat Rosa Aleha Hashalom
Iemima Bat Abraham Avinu Aleha Hashalom