Las dos gorras
Rabí David Moshé, el hijo del rabí de Rizhyn, dijo una vez a un jasid:
"Tu conociste a mi padre cuando vivía en Sadagora y usaba ya su gorra negra y seguía su camino en medio de la melancolía; pero no lo viste cuando vivía en Rizhyn y todavía llevaba su gorra dorada". El jasid quedó asombrado. "¡Cómo es posible que el santo hombre de Rizhyn haya seguido su camino alguna vez en medio de la melancolía! ¿No le oí yo mismo decir que la melancolía es el estado más bajo?"
"Y después de haber alcanzado la cumbre", contestó Rabí David, "tenía que descender a esa condición una y otra vez con el fin de redimir a las almas que se habían hundido en ella".
Sufrimientos y angustias
Una vez el Rabí de Sadagora estaba sentado a la mesa durante el almuerzo y suspiraba y no comía. Su hermana le preguntó qué lo preocupaba y repitió varias veces la pregunta. Por fin le contestó preguntándole a su vez:
"¿Has oído las noticias sobre la triste situación de nuestros hermanos en Rusia?"
"Me parece", dijo ella, "que esos sufrimientos pueden ser los dolores del parto que anuncian la llegada del Mesías".
El Rabí lo pensó: "Quizá, quizá" dijo finalmente. "Pero cuando el sufrimiento está por llegar a su punto culminante, Israel grita a Dios que no lo puede soportar más, y Dios es piadoso y lo escucha: alivia el sufrimiento... y posterga la redención.
Cuando es bueno negar la existencia de Dios
Dijo Rabí Moshé Leib:
"No hay cualidad y no hay poder del hombre que no hayan sido creados con un propósito. E incluso las cualidades bajas y corruptas pueden ser elevadas para servir a Dios. Así, por ejemplo, cuando la arrogante confianza del hombre en sí mismo es elevada, se transforma en la confianza plena en los caminos de Dios. Pero ¿para qué fin puede haber sido creada la negación de Dios? Ésta también puede ser elevada mediante actos de caridad. Porque si alguien acude a ti y te pide ayuda, no lo despedirás con palabras piadosas, diciéndole: "Ten fe y cuenta tus penas a Dios", sino actuarás como si no hubiera Dios, como si hubiera un sola persona que puede ayudar a ese hombre: sólo tú mismo."
Ángeles y seres humanos
El rabí de Kobryn miró una vez hacia los cielos y exclamó:
"¡Ángel, pequeño ángel! ¡No es una gran hazaña ser un ángel allá en el cielo! No tienes que comer ni beber, ni criar niños y ganar dinero. Baja a la tierra y preocúpate de comer y beber, de criar niños y ganar dinero, y veremos si sigues siendo un ángel. ¡Si tienes éxito podrás vanagloriarte, pero no ahora!"
El desafío hacia Dios
Esto le ocurrió al Rebe de Apt:
Uno de los ciudadanos de Apt era un hombre muy rico, dueño de varias fábricas y poseedor de extensas propiedades. Sus hijos, todos ellos ya grandes, también se habían hecho ricos, por mérito propio. Era el ciudadano más influyente y respetado de la comunidad. Cierto día, le dijo al Rebe que había un versículo de las plegarias cotidianas que le preocupaba, pues decía;"Dios hace descender a los poderosos hasta el suelo, y eleva a los caídos hasta las alturas celestiales"
"¿De qué manera podría Dios rebajarme a mi?, preguntó "Si fallara alguno de mis negocios, los demás igualmente prosperarían. Indudablemente Dios no arruinaría la economía de toda una nación sólo para castigarme a mí. Y si llegara a perder todos mis bienes, mis hijos tienen una posición independiente. E incluso si les sucediera algo a mis hijos, estoy convencido de que la comunidad no olvidaría mis años de devoción y apoyo. ¿Cómo podría Dios elegirme para hacerme caer hasta lo más bajo?"
El Rebe lo reprendió duramente. "No seas tan necio como para desafiar a Dios. Simplemente acepta como acto de fe que no hay nada que esté más allá de Su poder".
Algunos días más tarde el hombre regresó. "Estoy obsesionado con este conflicto", dijo. "Simplemente no puedo concebir cómo Dios podría elegirme a mí para destruirme sin causar una calamidad de proporción". El Rebe volvió a despedirlo con una reprimenda. Finalmente, cuando día tras día el hombre persistió en su obsesión, el Rebe le dijo: "El Todopoderoso puede hacer cualquier cosa".
Más tarde ese día, el hombre rico comenzó a verse acicateado por el pensamiento de que debía convertirse a otra religión. Al principio pudo descartar el pensamiento como absurdo, pero gradualmente fue aumentando en intensidad y no pudo alejarlo de su mente. Pronto se encontró totalmente consumido por una necesidad urgente y, cual un poseído, terminó por presentarse en la rectoría de la iglesia, donde manifestó al sacerdote su deseo de convertirse.
El sacerdote se mostró escéptico. "¿Has venido para burlarte de mí?, le preguntó. "Se quien eres. Eres el hombre más importante de la comunidad judía. No puedo creer que seas sincero en tu deseo de convertirte. Debe tratarse de una broma, y no tengo paciencia para ella".
Aún presa de ese extraño y apasionado deseo, el hombre cayó de rodillas y prorrumpió en llanto, al tiempo que rogaba al sacerdote que le creyera y lo aceptara.
El sacerdote, al convenserse de sus lágrimas y de su insistencia, dijo finalmente: "Todavía me cuesta aceptar tu sinceridad. No obstante, si realmente deseas convertirte, debes demostrármelo transfiriendo la propiedad de todos tus bienes a la iglesia. Sólo entonces creeré en tu sinceridad".
Incapaz ya de resistir la intensidad del deseo que lo poseía, el hombre redactó un documento en el que donaba todos sus bienes a la iglesia. El sacerdote guardó el documento en su escritorio e indicó al hombre que aguardara unos minutos y regresaría para el ritual de la conversión.
Apenas salió el sacerdote, la necesidad urgente que se había apoderado del hombre desapareció. Como si despertara de una pesadilla, el hombre miró a su alrededor. "¿Qué estoy haciendo aquí, dentro de la iglesia?", dijo, y rápidamente salió de allí.
Recordó entonces lo que había ocurrido. Comprendió que era un hombre pobre. No poseía nada en el mundo. Tuvo miedo de enfrentarse con su familia. ¿Qué le dirían cuando supieran que era un apóstata? ¿Y la comunidad? ¡Todos los años de servicio habrían sido en vano ante lo que acababa de hacer! Deambuló por las calles confundido, sin saber a quién recurrir. Ahora era pobre y se sentía terriblemente solo.
Ya era tarde por la noche cuando se le ocurrió que tal vez el Rebe se apiadara de él, pues el Rebe nunca rechazaba a nadie. Entró en el estudio del Rebe, y rompió en profundos sollozos. Confesó entonces lo que había hecho.
El Rebe lo consoló "Ahora, hijo mío", dijo. "¿ves qué fácil es para Dios humillar a alguien?".
El hombre no cesaba de llorar. "Fui necio al dudar de los poderes de Dios. Debí tomar en serio tu reprimenda. Pero ahora estoy condenado para siempre. Nada podrá salvarme."
"Estás olvidando la segunda parte de la plegaria", dijo el Rebe. "Eleva a los caídos hasta las alturas celestiales" Ahora debes tener fe en que Dios también puede hacer eso. Ve a casa a dormir, y confía en la salvación de Dios".
Al día siguiente, todos comentaban en la calle que se había producido un incendio en la iglesia y que había destruido parte de la rectoría. No había quedado escritorio, ni documento, ni prueba alguna de lo que había sucedido.
El carretero
Una vez el rabí de Berditchev vio a un carretero preparado para el Servicio Matutino, con su talit y sus filacterias. Estaba engrasando las ruedas de su carreta. "¡Señor del mundo!", exclamó deleitado. "¡Contempla a este hombre! Contempla la devoción de tu pueblo. ¡Aún engrasando las ruedas de una carreta, se acuerdan de tu nombre!"
Sufrimiento
Cuando Rabí Shmelke y su hermano visitaron al maguid de Mezritch, lo interrogaron sobre el siguiente punto: "Nuestros sabios dicen ciertas palabras que nos arrebatan la paz porque no las entendemos. Según ellas, los hombres deberían agradecer a Dios tanto el sufrimiento como el bienestar, y recibir ambos con la misma alegría. ¿Nos dirías, rabí, cómo debemos entender esto?"
El maguid repuso: "Id a la Casa de Estudio. Allí encontraréis a Zusia, que estará fumando su pipa. El os dará la explicación. "Fueron a la Casa de Estudio y formularon la pegunta a Zusia. El rió. "¡Pues sí que habéis acudido al hombre acertado! Dirigios a otro antes que a mí, pues jamás experimenté el sufrimiento. " Pero ambos sabían que, desde el día de su nacimiento hasta ese día, la vida de Rabí Zusia había sido una red de necesidades y angustia. Entonces supieron de qué se trataba: de aceptar el sufrimiento con amor.
El descarado y el vergonzoso
Dicen nuestros sabios: "El descarado va al infierno, el vergonzoso al paraíso" Rabí Zusia, bufón de Dios explicó así esas palabras: "Quien en su santidad es osado, puede descender al infierno para elevar lo que es infame. Puede andar por allí, por callejuelas y plazas de mercado y no necesita temer el mal. Pero quien es vergonzoso, quien carece de audacia, debe mantenerse en las alturas del paraíso estudiando y rogando. Debe cuidarse de tener contacto con el mal."
Una pequeña luz
"¿Cuándo puede uno ver una pequeña luz?" preguntó Rabí Shlomó, y respondió a sus propia pregunta: "Cuando uno se mantiene muy abajo, según está escrito: "Si hasta los cielos subo, allí estás tú, si en el suelo me acuesto, allí te encuentras."
Descendiendo
Rabí Shlomó dijo: "Si quieres alzar a un hombre del cieno y la suciedad, no pienses que te bastará mantenerte en lo alto y alargarle una mano hacia abajo. Deberás bajar tú mismo todo el camino, hasta el cieno y la suciedad. Entonces lo tomarás con fuertes manos y lo llevarás contigo hacia la luz."