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Sucot

Sucot: la fiesta de la alegría

“Tomaréis para vosotros, en el primer día, fruto de árbol hermoso, palmas de palmeras, ramas de árbol frondoso y sauces del arroyo, y os alegraréis delante de El Eterno, vuestro Dios, durante siete días” (Levítico 23) Dentro del calend
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“Tomaréis para vosotros, en el primer día, fruto de árbol hermoso, palmas de palmeras, ramas de árbol frondoso y sauces del arroyo, y os alegraréis delante de El Eterno, vuestro Dios, durante siete días”
(Levítico 23)

Dentro del calendario hebreo, la fiesta de Sucot se identifica esencialmente con la alegría. La Torá la exige en estos días, los Sabios la requieren, el espíritu de la festividad y todos los preceptos que la rodean elevan nuestro ánimo y nuestro espíritu. Aunque, pensemos un instante: ¿acaso sabemos realmente de qué se trata la alegría?
Intentemos aclararlo.

¿Qué es la alegría?

Debemos distinguir entre dos conceptos que solemos manejar de modo indistinto y que en la mayoría de los casos se entremezclan y confunden: la risa y la alegría.
La alegría —en hebreo, simjá— es una corriente energética interior, íntima, relacionada en muchos pasajes bíblicos con el corazón de la persona.
El corazón experimenta la alegría.
Exactamente lo mismo sucede en el caso de la tristeza, la cual habita en lo más hondo del individuo.
El corazón experimenta la tristeza.

Los sabios señalan como un acto de grandeza llenar y colmar el corazón de alegría.

La risa —en hebreo, tzjok— es la exteriorización de la alegría y en el lenguaje bíblico es asociada con la boca.
Cuando la risa se reduce a expresar fielmente la alegría interior, entonces no posee un valor realmente propio ya que se trata de un reflejo y de un eco de la alegría que ha brotado de lo más profundo y recóndito de la persona.
Sin embargo, y sin que el límite normalmente nos resulte del todo definido, la risa suele disfrazarse falsamente de fiel representante de la alegría interior, de la simjá. Una risa independiente, desconectada del interior del individuo.
Una risa de la boca hacia afuera.

Los sabios del Talmud prohíben en «este mundo» colmar la boca de risa.


El sentido de la prohibición

Si bien es cierto que los sabios prohíben reírse amplia y plenamente, si analizamos en detalle el mandato notaremos que el énfasis está puesto en un período temporal muy definido: en «este mundo», tiempo esencialmente marcado y definido por la existencia de los límites.
¿Por qué la prohibición se relaciona con nuestro mundo limitado?
La alegría es la energía interior que busca desesperadamente romper y trascender los límites de la propia y estrecha existencia. No le basta con mi propio mundo ni con mi persona, por más desarrollada y erudita que sea; no puede respirar entre estas cuatro paredes existenciales. Es un sentimiento energético de expansión, de exteriorización, de búsqueda de trascendencia.
Físicamente, cuando experimentamos alegría tendemos a abandonar nuestra casa, salir a pasear, a caminar, a compartir.
La alegría y el límite se rechazan mutuamente.
La tristeza es la energía interior que busca contraer, comprimir, circunscribir y enfatizar el límite de la propia existencia. Allí se refugia. En ese medio íntimo alcanza y logra su máxima seguridad.
Físicamente, cuando experimentamos tristeza solemos quedarnos en casa, desconectamos el teléfono, nos encerrarnos en nuestra habitación.
La tristeza se aferra al límite con toda su fuerza.

* * * *

Un análisis más profundo demostrará que ambas energías representan dos posturas frente a la vida, dos modos de pararse ante la realidad que nos rodea.
Tomemos por ejemplo un texto de poesía. El autor, el poeta, al intentar transmitir el torbellino de pensamiento y sensaciones que lo acosan, se topa con un sistema limitado de expresión: las palabras, los sustantivos y los verbos. ¿Acaso el amor pasional, ardiente e ilimitado que experimenta el poeta realmente cabe en la palabra «amor»? ¿Acaso cuando el poeta en mitad de la noche describe a su amada como una paloma que sobrevuela las montañas nevadas se refiere a las alas físicas de una mujer y a su capacidad técnica de volar? ¡Por supuesto que no! No obstante, y a pesar de la limitación del lenguaje, el poeta confía en lo que el límite transmite y comunica, en lo que el lector sensible y despierto logra descifrar a partir del ritmo poético, los silencios y entrelíneas.
Aquel que sólo capta el límite, aquel que siempre se detiene en la frontera de la realidad física, en el mejor de los casos podrá llenar su boca de risa.
Su límite limita.
Sólo aquel que es capaz de observar más allá del límite es capaz de experimentar la alegría verdadera.
Su límite comunica.

Un texto del sabio cabalista Moshé Jaim Luzzatto (1707-1746), filósofo italiano del siglo dieciocho terminará de cerrar esta idea:

«Dios, bendito sea, podría haber creado al hombre y a toda la creación en un estado de perfección absoluta. Es eso lo que se hubiera esperado de Él; puesto que siendo, como es Él, la quintaesencia de la perfección, es natural que sus actos sean perfectos en sí mismos. Pero como su sabiduría decretó que el hombre debía perfeccionarse a sí mismo, Él lo creó imperfecto, restringiendo, por así decirlo, su propia perfección y su enorme bondad, para que éstas no se manifestaran en toda su capacidad. En cambio, les dio una forma tal que apuntaría al fin deseado por su sublime sabiduría. Y aquí está contenida otra idea, según la formularon nuestros sabios: «”Shakai” (el nombre del Eterno), Quien dijo a Su mundo: ¡Dai!» (¡basta!). [En el momento de la creación] los cielos siguieron expandiéndose, hasta que Él los reprendió», según afirma el Midrash. Es decir, que Él por supuesto que podría haber creado más criaturas de las que creó, y que las podría haber creado mucho más grandes de lo que las creó. Y si Él hubiera querido que tuvieran la misma magnitud del Creador, entonces no tendrían límites, así como ni Él ni su capacidad tienen límites. Pero las creó de acuerdo con la medida y el carácter apropiados al fin deseado. Al hacerlo, Él circunscribió, por así decirlo, su capacidad enorme e infinita, para que no pudiera realizarse en sus criaturas plenamente, sino únicamente dentro de ciertos límites.»

Quien se mueve dentro del límite —por más amplio y extenso que sea su territorio— está condenado a una vida marcada y sellada por un tono de tristeza.
Cuando el límite habla, expresa, cuando el límite y la forma propia de cada criatura logran transmitir los ecos de un más allá trascendente, entonces, a pesar de vivir físicamente dentro de un marco limitado y limitador, podemos mantener fija la mirada en el horizonte, en el más allá, en el futuro.

Resumamos el mensaje de sabiduría: todo el tiempo que en nuestra mente el límite aún limita, corremos el riesgo de reírnos de la boca hacia afuera. Mas ¿no vale la pena correr tal el riesgo? ¿Qué podríamos llegar a perder?
Antes de responder a estas preguntas, conviene dar un paso más.


La alegría del hombre contemporáneo

La realidad, nuestra realidad, está marcada y sellada por límites indiscutibles.
El hombre primitivo se conformaba con morar dentro de los límites de su aldea. Allí nacía, allí transcurría su vida y allí deseaba morir. A pesar de los peligros naturales que lo acosaban conservaba una base de alegría.
No experimentaba la limitación porque no pretendía trascenderla.
El hombre contemporáneo, al desconocer casi siempre el significado último de su vida, normalmente aburrido, desenamorado y triste, es arrastrado por su imperante necesidad de alegrar su vida. Gracias al avance tecnológico y al progreso, ha logrado transformar el mundo en una gran aldea global. Indiscutiblemente ha ampliado los límites, aunque su máxima expansión —paradójicamente— le resulta cada vez más evidente. Su mundo ahora es gigante y global, aunque limitado. Por tanto, y sin conformarse con su primer intento, ha elevado sus ojos anhelantes y ambiciosos en dirección al espacio y al resto de planetas, los cuales, al menos, poseen la gran ventaja de brillar más allá de nuestro tecnológico y modernísimo, aunque estrecho y asfixiante, mundo.
En el ámbito temporal, el hombre contemporáneo convive con el límite llamado muerte. A pesar de combatirla con fiereza en los laboratorios y los centros de investigación, la muerte le juega irónicamente a las escondidas, varía de modo creativo su disfraz, lo espera agazapado a la vuelta de la esquina y lo amenaza burlona, recordándole permanentemente el fin irremediable de la prolongación y la extensión máxima de sus días.
Más o menos consciente de estos límites —el espacial y el temporal— el hombre contemporáneo se desespera y busca por todos los medios atravesarlos y trascenderlos. Necesita vitalmente de la alegría. Entonces inventa métodos y sistemas que lo ayudan, si bien no a superar y vencer los límites, al menos a negarlos o a olvidarlos durante un rato. Envuelto en sus propias «soluciones», el hombre literalmente se muere de risa.
Gracias a su imaginación genera técnicas —naturales, químicas o virtuales— que le permiten experimentar sensaciones de trascendencia, de vuelo, de éxtasis y liviandad, para que, una vez terminado el maravilloso efecto, caiga como un bólido con todo el peso de su existencia sobre el suelo duro, frío y limitado, idéntico a su verdadera realidad.
Como una bolsa de piedras arrojada desde un altísimo y sofisticado rascacielos.
Mas el hombre contemporáneo no se rinde, vive con la sensación de que todo lo puede. Y si por ahora reconoce no haber logrado su objetivo, confía, motivado por el espíritu científico, en que seguramente lo hará mañana.
Entretanto, y para matar el tiempo, se distrae presa de la realidad que se le presenta expuesta en las vidrieras de las grandes tiendas en infinitas cantidades de cuotas. Esta situación lo excita y se propone entonces romper al menos su limitación material y acceder a todo aquello que hasta hoy pensaba que estaba más allá de su alcance. Motivado por tal extravagante búsqueda de trascendencia, compra, consume, gasta, despilfarra, amontona y acapara.
Tal vez a esto se refiere el Talmud cuando enseña que hay que tener especial cuidado del toro al comienzo de la primavera. Al salir al campo y observarlo cubierto por completo de pasto y de hierbas, el toro se excita sobremanera —se «alegra»—, corre fuera de control y daña y destruye todo lo que encuentra en su camino.
Quién no conoce el vano intento de alegrarse a través de la risa hueca y seca, de la carcajada histérica. Y quién no sabe que tras reírse una y otra vez, como locos, sube muy lentamente un fuego amargo que comienza a arder en el pecho y en la boca del estómago.
La risa se ha topado cara a cara con su propio límite y se descubre entonces desconectada por completo de su centro.
Y nos quedamos tristes, mucho más tristes que al principio.

* * * *
El motivo de las maldiciones

Las maldiciones bíblicas del libro del Deuteronomio hielan la sangre de toda persona sensible:

«Maldito serás en la ciudad y maldito serás en el campo. Maldito será tu canasto de frutas y maldito será tu tazón de amasar. Maldito será el fruto de tu vientre y el fruto de tu tierra... Maldito serás cuando entres y maldito serás cuando salgas. El Eterno te enviará aflicción, confusión y preocupación, en todas tus empresas que realices, hasta que seas destruido, y hasta que seas aniquilado rápidamente... Te golpeará con inflamaciones, con fiebre, con calor ardiente, con sed y con la espada... El cielo sobre tu cabeza será cobre y la tierra debajo de ti será hierro... Serás derribado ante tus enemigos; por un camino irás contra él, pero por siete caminos huirás de él; y serás modelo de terror para todos los reinos de la tierra. Tu cadáver será comida para todas las aves del cielo y todos los animales de la tierra; y nada los asustará... Serás atacado con locura y con ceguera, y con la confusión del corazón. Andarás a tientas al mediodía, como el ciego anda a tientas en la oscuridad, mas no lograrás hallar tu camino... Te volverás loco por la vista que tus ojos verán... El extranjero que está entre vosotros ascenderá más y más alto, mientras que tú descenderás más y más bajo... Él será cabeza, mas tú serás cola... Todas estas maldiciones caerán sobre ti y te perseguirán, y te alcanzarán hasta que seas destruido... porque no serviste al Creador con alegría y con bondad de corazón cuando todo era abundante».
DEUTERONOMIO, 28

La explicación bíblica del advenimiento de todas las más horrendas maldiciones es muy significativa: la falta de alegría.
El mensaje de la Sabiduría de Moisés es transparente: no se puede servir al Creador sin alegría. Cabe hacerlo únicamente cuando el dios a quien servimos es un dios identificado con la realidad misma y está plenamente limitado por ella.
Si mis actos religiosos —por más devotos y puntillosos que sean— no son más que acciones mundanas que no logran generar una conexión y un apego profundo con lo trascendente, entonces mis actos están también definidos por la tristeza.
Un precepto, por definición, conecta y comunica el límite con lo ilimitado, al hombre con su Creador. Al Dador con el receptor. Una orden trascendente intenta modelar todo límite —tanto el temporal como el espacial— con la estampa de lo eterno y lo ilimitado. De lo contrario, corremos el peligro de transformar el precepto en un acto más, en un rito.
Y entristecernos y aburrirnos religiosamente.

* * * *
Las coronas y los ángeles

Basándonos en que nuestro mundo es limitado, la Sabiduría del Sinaí busca enseñarnos el modo de transitar por la vida de un modo significativo, conectados y unidos a un sentido trascendente. El objetivo es experimentar una base de alegría interior permanente, independiente de los sucesos y los acontecimientos externos a uno mismo.
El Talmud relata que en el momento de la entrega de la Sabiduría del Sinaí —la Torá— un millón doscientos mil ángeles descendieron de los cielos y colocaron dos coronas sobre la cabeza de cada miembro del pueblo. La corona simboliza la captación de lo que está por encima de mi cabeza y de mi límite personal —de mi percepción y entendimiento— lo que trasciende a mi mente y a mi inteligencia.
Aquí comienza la alegría verdadera.
Cuando Israel comete el pecado del becerro de oro, el mismo Talmud relata que las coronas les son arrebatadas. La idolatría es el intento mezquino de circunscribir lo trascendente dentro de una realidad limitada.
Aquí nacen los bailes histéricos y la risa hueca.

* * * *
La alegría y los milagros

Un milagro es un suceso que rompe el límite natural de la existencia y representa un eco de trascendencia.
Sobre la base de estos conceptos resulta bastante lógico que los días festivos de la Biblia coincidan con acontecimientos o actos históricos netamente «milagrosos». Las festividades —cotas de alegría— simbolizan momentos en los que el hombre logra superar su realidad limitada y contactar con un sentido trascendente a su situación existencial.
La salida de Egipto: la ruptura de los límites de la esclavitud.
La fiesta de la entrega de la Torá: la sabiduría que llega a nosotros desde el otro lado, desde la trascendencia misma, desde las alturas.
La fiesta de las cabañas: las nubes protectoras que, llegando desde el cielo, protegieron a una masa humana sedienta y agotada.
No sorprende, entonces, que el final de este proceso de festividades y milagros sea coronado con la fiesta de la alegría de la Torá, Simjat Torá.
Las festividades bíblicas: una escalera ascendente que comienza con la ruptura de la limitación estrictamente física y que, gracias al contacto con la sabiduría, enseña al hombre a subir los escalones que lo conducen a la alegría eterna.



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