Adaptación Rav Gabriel Guiber
La Hoja

La nueva hoja PERASHAT BEHAR

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EL PASTOR Y NOSOTROS

“Y si con esto tampoco me escuchan, y me tratarán con indiferencia…” (Vaikra 26,27)

Son muchos los años en los que leemos las dos perashiot en la misma semana: Behar y Bejukotai (aunque no este año en la tierra de Israel). Y esto no es un capricho sino que hay una gran enseñanza que aprendemos de las dos perashiot. Al parecer estamos hablando de dos situaciones enfrentadas, la cima de la bondad, y la profundidad o el abismo de la maldad. Si ésta es la enseñanza, por supuesto, es muy conocida…

Comencemos por la perashat Behar. Fuimos ordenados allí al cuidado del año séptimo, el año de la “Shemita”, “Shabat Shabaton será para la tierra, Shabat para Hashem”. Esta es una prueba muy fuerte para los hombres que viven del trabajo de la tierra. Y está escrito en la Tora: “y si van a preguntar qué comeremos en el año séptimo…” Explicó el Ramban ztz”l: y si van a preguntar en el año séptimo qué comeremos en el octavo año, no se preocupen, porque en el sexto año la cosecha tendrá una bendición semejante que la hará equivalente a tres años de cosecha, y podrán comerla el sexto, el séptimo y el octavo año…

Pregunta el “Keli Iakar”, si tanto creció la producción del año sexto, ¿por qué preguntamos?, ¿acaso no vemos que tenemos más que suficiente?

Podemos decir, que la pregunta se contesta por sí misma en la perashat Bejukotai. Hakadosh Baruj Hu nos advierte que si, Jalila, pecamos, vendrá un terrible reproche. Un paquete de tragedias, Hashem nos salve. “Y si me tratan con indiferencia”, explica el Rambam (Leyes de Ayunos 1,3) del lenguaje de la Tora: si pensamos que los sufrimientos llegan en forma casual, entonces “y me conduje así con ustedes a causa de vuestra indiferencia”, el castigo es doble, también por los pecados y también porque no entendemos que el castigo es un castigo, atribuyéndolo a la casualidad…

Si pensamos vamos a comprender, que aquí y allí, en las dos perashiot, todo proviene de la misma raíz. Puede venir un golpe tras otro golpe, y el hombre ve que las situaciones desagradables se encadenan, y piensa: “que mala suerte”. La tierra puede producir en un solo año el equivalente a tres años de trabajo y el hombre dice: “es verdad, este año fue inmejorable, muy exitoso. Pero esto no se debe a que Hashem nos ordenó cuidar la Shemita, es sólo… ¡cuestión de suerte!!! Cuando alguien dice así estamos obligados a mostrarle la realidad, abrirle los ojos, que no se trata ni de casualidad ni de suerte, sino la Bendición del Cielo para los que cuidan la Shemita…

Vamos a ilustrar este aprendizaje, pero primero un relato. El justo, rabi Issajar Dov Mibeltz ztz”l se sentó, rodeado de sus seguidores, y contó:

Había dos hombres de campo, vecinos y muy amigos, que trabajaban una parte del campo y en la otra criaban cabras. Ordeñaban las cabras, guardaban la leche en barriles, y una vez a la semana viajaban a la ciudad, en el día del mercado, para vender sus productos: algunas verduras y los quesos que fabricaban.

Una vez, en un día de verano, los socios y amigos se levantaron y cargaron sus mercancías. Fueron hacia la gran ciudad y vendieron sus productos obteniendo una buena ganancia. Guardaron sus bolsas con dinero y emprendieron el regreso al pueblo. El sol pegaba muy fuerte, y ambos estaban muy cansados. Pasaron por un lugar que tenía una buena sombra, y uno le dijo al otro: mira qué bonita sombra que da este árbol, vamos a descansar bajo el árbol y más tarde continuaremos el viaje.

Pero, ¿qué harían con las bolsas de dinero que tenían en sus manos? Miraron alrededor. No se veía un alma. Solamente unas vacas pastoreando a lo lejos. Y dijeron, a simple vista no hay peligro para nuestro dinero…

Nuevamente “pero”, sospechó uno de ellos. ¿Y si viene una vaca, se pone a husmear, y termina tragándose las bolsas de dinero? ¿Cómo haremos para sacarla de sus entrañas? La sospecha era muy lejana, pero de todas formas sospecha. Decidieron atar las bolsas de dinero a la rama de un árbol. Las vacas, como sabemos, no pueden treparse a los árboles. Cuando las bolsas quedaron sujetas bien alto, se calmaron, y pudieron dormir tranquilamente.

Pero no entendieron, que donde hay vacas también hay pastores. Un pastor estaba descansando a la sombra de un arbusto que lo separaba de estos dos hombres. Por eso ellos no lo vieron. Pero cuando escuchó sus voces prestó atención y siguió sus movimientos mirando entre las hojas. Cuando se durmieron se levantó lentamente, sin hacer ruido, y descolgó las bolsas del árbol. Las llevó con él a su escondite entre los arbustos y cuando vio lo que había en el interior brillaban sus ojos. Era millonario, tenía un tesoro entre sus manos.

Y entonces, el terror. Ellos despertarían y verían que las bolsas de dinero desaparecieron. Irían en busca del ladrón y con seguridad, lo encontrarían. ¿Qué podía hacer? Tuvo una gran idea, no estaba mal probar. Escondió las monedas en sus bolsillos y llenó las bolsas de dinero con los excrementos de las vacas que encontró por los alrededores. Volvió al lugar, subió al árbol y colgó las bolsas en la rama donde las encontró. Volvió a ocultarse tras el arbusto y esperó a ver qué sucedía…

Se despertaron, miraron hacia arriba y se quedaron tranquilos, las bolsas de dinero estaban en su lugar. Estiraron un poco sus huesos, y se dispusieron a continuar su camino. Tomaron las bolsas para bajarlas, y las sintieron muy blandas… se miraron, algo muy raro. Ahora con las bolsas abajo, también parecían extremadamente livianas… más extraño. Las abrieron y el olor era insoportable. ¡Excremento de vacas! Miraron alrededor, ni un alma, sólo las vacas pastoreando tranquilamente. Observaron las vacas y pensaban qué podría haber pasado.

Dijeron: “no cabe ninguna duda. Las vacas allí, el excremento aquí… ¡las vacas hicieron esto!”

Uno preguntó: ¿desde cuándo las vacas trepan a los árboles?

Y el otro agregó: ¿y cómo pudieron bajar las bolsas?

El primero trajo otra pregunta: ¿y por qué, después de comerse las monedas, pusieron sus excrementos en las bolsas?

La conclusión del segundo: “son vacas extrañas”, y así aceptaron la pérdida…

Los oyentes sonreían, todos menos uno, el hijo primogénito del rab, el justo, rabi Aharon Mibelz ztz”l, que estaba parado junto a su padre con el rostro blanco, y todo su cuerpo temblaba…

Uno de los oyentes le preguntó: todos nos reímos, ¿por qué tú estás tan serio?

-¿Por qué yo estoy serio? Yo no entiendo de qué se ríen. Cuando papá dice unas palabras tan fuertes que tienen que llegar a todos nosotros, cómo me puedo reír… Esto nos pasa a todos nosotros: tenemos una pequeña posesión en nuestras manos, hacemos un programa para invertir y negociar con el fin de obtener ganancias, todo tiene que llegar a un final maravilloso, y de pronto todo se hace “excrementos de vaca”. Y no sólo que no hay ganancias, sino todo pérdida… Nos asombramos. Abrimos las bolsas de monedas… y encontramos otra cosa… ¿Qué será? Buscamos y sólo vemos a las vacas. Ah, ahora todo se entiende. Pero no mucho. Porque las vacas no trepan a los árboles ni tampoco comen monedas. Tampoco se entiende cómo pusieron sus excrementos en las bolsas. Está bien, ¿qué podemos hacer? “Son vacas extrañas”.

Y las vacas son sólo un ejemplo: la competencia, los socios, las condiciones del mercado y del crédito, los bancos, los proveedores, los enemigos y los amigos… todos son culpables de mi fracaso, a pesar de que no todo se entiende y tampoco se puede explicar…

Y no entendemos que cuando hay vacas hay un Pastor. No entendemos que el Pastor espera, y después actúa. Hace, hizo y hará todos los acontecimientos. ¿Hasta cuándo vamos a pensar que todo depende de la naturaleza y la casualidad? ¿Por qué justamente la producción del sexto año alcanza para tres años? Sólo porque todo está manejado por el Bore Olam…

 

Traducido del libro Maian Hashavua.

Leiluy Nishmat

Israel Ben Shloime   z”l

Lea (Luisa) Bat Rosa    Aleha Hashalom

Iemima Bat Abraham Avinu    Aleha Hashalom