Sin duda que podemos creer en que algún día comprenderemos que la idea central de todo era tan simple y tan hermosa que nos veremos obligados a decirnos unos a otros: ?¡Oh! ¿cómo podía ser de otra manera? ¿Cómo pudimos haber sido tan ciegos durante tanto tiempo??
John Archibald Wheeler, Beyond the black hole
?Si siguen Mis leyes y guardan Mis preceptos, y los llevan a cabo, Yo daré sus lluvias en su tiempo, y la tierra rendirá su producto y el árbol del campo rendirá su fruto? (Vayikrá/Levítico 26:3). [Estas son] las leyes con las cuales Yo formé los cielos y la tierra.
Midrash Rabá, Vayikrá 35:4
Sexta
Parte, capítulos 26-34
Esta sección comienza con un examen radical del concepto de libre
albedrío. Según los filósofos existencialistas, el
origen de la intuición directa que todo ser humano tiene de ser
libre se halla en el \"yo\" que está en el centro de su
personalidad. La conciencia que tenemos del \"yo\" es conciencia
de esa dimensión estática del ser que no está delimitada
por el tiempo, puesto que es siempre idéntica a sí misma;
es conciencia de esa esencia trascendental holística que, por ser
perfecta y completa, no depende de nada exterior. La independencia potencial
del acto de libre albedrío de la concatenación de causas
que enlazan el conjunto de componentes de la realidad se origina en la
dimensión trascendental holística de la existencia humana.
Esto, por supuesto, no explica cuál es la naturaleza del mecanismo
del libre albedrío que hace del hombre un ser libre en la práctica.
A diferencia de la conciencia de sí (que es conciencia de la dimensión
estática de la vida), la conciencia en general es dinámica.
Es aprehendida como una corriente continua de pensamientos, sentimientos
y similares. Ahora bien, el problema es que, puesto que todos estos fenómenos
constituyen estados parciales de la conciencia, la manifestación
o la ausencia de manifestación de cada uno de ellos en el campo
de la conciencia (field of conciousness) es resultado de la dependencia
causal que lo enlaza con las demás propiedades de la mente o consecuencia
del nexo causal que se forma entre ella y los factores externos. Es un
hecho que cualquier decisión específica puede ser explicada
como resultado de diversas causas, ya sean físicas, genéticas,
biológicas, sociales o psicológicas. Por consiguiente, el
carácter dinámico de la conciencia se opone totalmente al
carácter trascendental que es condición necesaria para que
cualquier decisión sea realmente libre.
Además de ello, la idea de que la conciencia que el hombre tiene
de la naturaleza holística de la existencia es lo que proporciona
la confirmación teórica y práctica de que el libre
albedrío realmente existe, refuerza en forma inesperada la afirmación
de que esta libertad en principio no puede ser concretizada. En efecto,
puesto que el acto de libre albedrío puede ser reducido a la decisión
de concretizar un estado mental dado ?lo que ipso facto implica
el rechazo del número infinito de otros estados mentales potenciales?,
¿cómo se puede afirmar que es posible concretizar el libre
albedrío? En otras palabras, puesto que al aplicar la esencia holística
del ser para poder concretizar un estado mental dado implica la negación
de posibilidad de concretizar la infinitud de estados que contiene, ¿cómo
podría darse una situación en que esta dimensión
holística pueda concretizarse sin perderse? De esto se deduce que
el hecho de que el ser humano sea libre en potencia no lo convierte en
libre en la práctica. Pero si, como afirman los existencialistas,
ser humano significa ser libre, y esta libertad en principio no puede
ser concretizada, ¿cómo se puede afirmar entonces que somos
realmente seres humanos? Parece lógico afirmar que la respuesta
debe ser negativa, y a ello se debe la queja tantas veces repetida de
los existencialistas de que la vida humana es absurda.
A pesar de estos problemas, se puede demostrar que la libertad del ser
humano sí puede ser concretizada. Para ello, sin embargo, debemos
primero adoptar los supuestos siguientes: 1) En sus profundidades insondables,
el ?yo? está organizado en forma compleja y maravillosa,
sólo que a semejanza de la forma organizativa que asumen los estratos
primarios de la naturaleza, su forma de organización interna es
holística, de tal modo que sus contenidos se compenetran entre
sí. 2) La conciencia que tenemos de las diversas facultades que
componen nuestra personalidad, sus diversos estados mentales, sentimientos,
etc., solamente abarca la cúspide de todos los contenidos que constituyen
sus estratos profundos. 3) A diferencia de las demás facultades
parciales de la mente, la libre voluntad consiste en ser consciente de
una fracción del elemento holístico que unifica todos los
contenidos psíquicos que forman las profundidades del ser en una
sola identidad: el \"yo\". 4) Esta distinción explica muchas
de las características que tiene la libre voluntad, la principal
de las cuales es su transparencia potencial ante la influencia de factores
parciales ?es decir, su autónomía intrínseca?
a pesar de que es una propiedad mental incompleta y de que transcurre
en el tiempo. 5) El verdadero propósito de la libre voluntad consiste
en reorganizar todas las propiedades de la conciencia de modo tal que
reflejen la forma en que están estructurados sus fundamentos en
los estratos profundos del \"yo\". De aquí se sigue que
el criterio para determinar el grado de autonomía de la voluntad
radica en la continuidad estructural que forme o no entre la estructura
del campo de la conciencia en un momento dado y el modo en que ésta
esté estructurada en sus fundamentos. 6) Sin embargo, para la constitución
de tal continuidad es preciso que la razón práctica del
ser humano tenga acceso al modo en que están organizados los estratos
profundos del ?yo?, aunque estén fuera de su comprensión.
Al llegar a este punto se presenta a la Torá.* Una de las características
peculiares de la Torá (la cual se halla en la base del desarrollo
del pensamiento occidental en general) es el hecho de que se identifica
a sí misma como el auténtico modo organizativo que constituye
la esencia tanto de la existencia humana como del universo en su totalidad,
incluyendo todos sus estratos, propiedades y manifestaciones. Ningún
otro sistema cosmológico se identifica a sí mismo con la
realidad misma como lo hace la Torá. Esto se deriva de la asombrosa
complejidad y diversidad de la Torá. Cualquier sistema de valores
que se pretenda idéntico a la infra-estructura de la realidad debe
ser, por lo menos, tan complejo como lo es la realidad material. Esta
condición únicamente se cumple cabalmente en la Torá.
La complejidad y diversidad de las leyes de la Torá no permiten
al ser humano ninguna utilización de la naturaleza o de sus leyes
excepto bajo la forma estipulada por ella misma. Esta condición
se deriva necesariamente de la afirmación central de la Torá:
las leyes de la naturaleza en sí mismas son idénticas a
las leyes que ella prescribe. Esta afirmación no es un mero dogma;
como veremos más adelante, se deduce lógicamente de la integración
de todo lo dicho hasta ahora con las auténticas características
de la Torá según fueron definidas por sussabios mismos.
De hecho, la definición exacta del significado del concepto \"Creador\"
y la comparación de este significado con el de Sus otros nombres
que aparecen en la Torá bastará para llevarnos muy cerca
del reconocimiento de que la Torá es, en efecto, \"la realidad
en sí\", que sus leyes constituyen las leyes de la naturaleza
\"en sí mismas\". (La definición del concepto \"Creador\"
es necesaria tanto para los ateos como para los creyentes, puesto que
no tiene sentido alguno negar la realidad de algo que no ha sido definido
correctamente.) Es evidente que \"Creador\" significa ante todo
un Ser que existía \"antes\" de la naturaleza o un Ser
que no depende de la naturaleza. Por consiguiente, la trascendencia del
Creador con respecto a la naturaleza debe
*Nota: Al utilizar término ?Torá?, nos referimos aquí a la sabiduría divina revelada en el Sinaí por medio del profeta Moisés, la cual está contenida tanto en el texto de la Revelación como en la elucidación oral de esa sabiduría según es expuesta por los sabios talmúdicos.
ser absoluta. Siendo así, el tópico del debate filosófico debe ser si es posible o no relación alguna entre la trascendencia divina absoluta y la naturaleza. La concepción más difundida afirma que tal relación no es posible, puesto que se opone radicalmente a los cambios perpetuos característicos de los fenómenos naturales. Sin embargo, esta concepción es refutada completamente por los fenómenos naturales mismos. En efecto, el universo físico está basado enteramente en una unión de opuestos entre potencialidades que carecen por completo de cualquier propiedad tangible y el nivel macroscópico concreto. El desarrollo ontogénico se genera por completo gracias a la unión de opuestos que hay entre la \"vida\" y los mecanismos biológicos; la estructura de la personalidad implica la unión de opuestos entre el \"yo\" que no cambia y el campo de la conciencia (field of conciousness), caracterizado por cambios constantes ?o, si se prefiere, entre la mente y el cerebro.
Más aún, cuando el tema de análisis lo constituye
la infinitud del Creador, la idea de que la unión de opuestos es
imposible no solamente es refutada por los hechos, sino también
en el plano lógico. Afirmar que al Ser infinito le es imposible
conocer los fenómenos finitos de la Creación quiere decir,
entre otras cosas, que le es imposible conocer el contenido de nuestra
conciencia porque es cambiante o finita. Esto implicaría que no
podría haber ningún tipo de nexo o relación entre
nuestra mente y ese Ser. No obstante, sin darse cuenta, esta afirmación
al mismo tiempo niega la validez de la idea de que ese Ser sea capaz de
ser consciente de la Creación. Puesto que, como ya se implicó,
ninguna de nuestras categorías de pensamiento es capaz de abarcar
a esta entidad infinita, nuestra mente está descalificada en principio
para expresar cualquier opinión acerca de ella. Además de
eso, afirmar que la capacidad de conocer los fenómenos finitos
contradice la naturaleza misma del Ser infinito se refuta mediante el
simple argumento de que la naturaleza de lo infinito es completamente
distorsionada en el momento en que se la hace sujeto de análisis
por una mente lógico-analítica. Una entidad infinita no
está limitada de ningún modo, incluso por lo que pudieran
exigir las reglas de la lógica.
En resumen, la trascendencia del Creador respecto a la naturaleza también
debe incluir la capacidad de crearla y relacionarse con ella, a pesar
de la finitud de la naturaleza y de sus fenómenos. El Creador debe
ser inmanente en la naturaleza; y también debe ser capaz de darle
existencia sin por ello convertirse Él mismo en finito, sin verse
afectado de ningún modo por las variaciones de los fenómenos
creados. ¿De qué modo es esto posible? Bástenos con
analizar lo que sabemos acerca de la luz para convencernos de que esto
cabe dentro del marco de lo posible. La velocidad de la luz es ciertamente
limitada; no obstante, la física moderna demuestra que la finitud
de la dimensión espacio-temporal se disipa completamente al llegar
a esta velocidad. Esto quiere decir que que el hecho de que la luz sea
parte inseparable de la dimensión espacio-temporal no implica necesariamente
que por ello debe estar sujeta a su finitud. Siendo así, la trascendencia
del Creador ?la cual exige que Su ser permee todo lo que existe?
implica que la finitud de los fenómenos naturales se disuelve en
Él, y no que ellos no existan para Él.
Este concepto constituye el principio fundamental de la Torá. Su
cristalización la tenemos en los nombres hebreos del Creador. a-ra
e:Esrlas fuerzas de la naturaleza \"en sí mismas\", al
devenir y cambio que hay en la naturaleza. Ahora bien, a pesar de la oposición
radical que hay en estos dos nombres, una de las afirmaciones más
fundamentales de la Torá la constituye: \"Sabe hoy e internalízalo
en tu corazón que YHVH es E-lohim [?Dios?] en los cielos
arriba y en la tierra abajo; no hay nada más\" (Debarim/Deuteronomio
4:39). Esto quiere decir que los \"fenómenos naturales en sí
mismos\" (E-lohim) son posibles solamente porque se derivan de la
trascendencia divina, es decir, del Nombre Inefable YHVH.
Este principio posee una fuerza explicativa muy grande. Significa que
la unión de opuestos sobre la cual se basan los fenómenos
fundamentales de la naturaleza es posible precisamente porque éstos
son manifestaciones individuales de la unión de opuestos implicada
en la trascendencia divina. Más aún, en el momento en que
es aprehendida en tanto que manifestación individual de la unidad
teo-cósmica, los fenómenos que unifica dejan de exigir explicación.
Como ya hemos dicho, el hecho mismo de que percibimos al Ser infinito
como un Creador que está más allá de Su creación
implica forzosamente que Su trascendencia queda libre de contradicciones
internas solamente cuando le atribuimos también la capacidad de
dar existencia a las dimensiones finitas cambiantes sin que por ello mismo
se vuelva finita. De esto se concluye que solamente la trascendencia divina
?a la que la lógica obliga a considerarla a priori como unión
de opuestos? es la que proporciona el marco lógico para la
Creación, cuyos fenómenos fundamentales también existen
en tanto que unión de opuestos. Por un lado está la substancia
que trasciende el espacio-tiempo (la función de onda, wave-function)
y, por el otro, el mundo macroscópico ?es decir, todos los
fenómenos delimitados por el espacio-tiempo. Por un lado está
la luz (energía) que trasciende el espacio-tiempo y, por el otro,
la luz que viaja dentro del espacio-tiempo. Por un lado está la
vida que trasciende el espacio-tiempo y, por el otro, el desarrollo orgánico,
el cual tiene lugar dentro del espacio-tiempo. Por un lado está
el \"yo\" que trasciende el tiempo y, por el otro, la conciencia
que fluye dentro del tiempo. Por un lado está la conciencia que
no está limitada por el espacio y, por el otro, el cerebro, que
sí está limitado por el espacio.
Los sabios talmúdicos, quien enseñaron que las leyes de
la Torá son también las leyes de la naturaleza, enunciaron
el significado práctico del principio de la unidad divina de opuestos.
Es decir, que la continuidad que hay entre la trascendencia divina de
la naturaleza y su inmanencia en ella no es solamente substancial, sino
sobre todo estructural. Esto significa que la sabiduría divina
contenida en el Tetragrama [YHVH] y detallada en la Torá, la cual
fue diseñada a partir de él, es exactamente la misma sabiduría
constituyente del universo. Las leyes de la Torá que el ser humano
debe adoptar como forma de vida son las mismas leyes que los fenómenos
naturales obedecen.
La idea de que las leyes de la naturaleza constituyen la expresión
concreta de la sabiduría de un Ser consciente de sí mismo
resuelve de una vez por todas la paradoja que está en la base de
la visión del mundo difundida entre los científicos en el
sentido de que las leyes de la naturaleza son \"ciegas\". Si las
matemáticas son el lenguaje en el que están escritas todas
las leyes naturales, y aquellas solamente pueden ser conocidas por una
mente lógica ¿cómo se puede decir que estas leyes
forman el fundamento de todos los fenómenos naturales y al mismo
tiempo afirmar que la naturaleza es \"ciega\"? La revolucionaria
afirmación de Kant de que las \"leyes de la naturaleza\"
aceptadas no eran sino modelos conceptuales lógicos que los científicos
extraen de sus propias mentes y luego erróneamente atribuyen a
la naturaleza, es válida solamente en parte. El avance de la ciencia,
por ejemplo, no hubiera sido posible si no fuera por las respuestas inequívocas
que la naturaleza proporciona a las preguntas de los investigadores le
dirigen mediante sus observaciones. Esto implica que la lógica
matemática que está en la base de las \"leyes de la
naturaleza\" no solamente existe en la mente del investigador, sino
que necesariamente constituye la ?punta del iceberg? de aquello
sobre lo cual están basados los fenómenos naturales.
La conclusión de que las leyes de la naturaleza son la expresión
tangible de la sabiduría divina concuerda en todo con las características
que conocemos de ellas. Paul Davies ha señalado con asombro que
las leyes de la naturaleza se caracterizan por poseer las mismas propiedades
que los teólogos atribuyen a Dios: se aplican en todo lugar; son
autónomas (puesto que no son afectadas por el estado de los sistemas
físicos); son eternas (puesto que no cambian con el tiempo); y
son omnipotentes y omniscientes (puesto que no hay nada que escape a su
dominio y los sistemas físicos no necesitan informarles con respecto
a sus estados específicos).
Si no queda más remedio que llegar a esta conclusión cuando
el tópico en cuestión es la cualidad inteligentes de la
naturaleza, con mayor razón hay que concluir lo mismo cuando el
tópico en cuestión es su cualidad dinámica. Si las
leyes de la naturaleza ya establecidas no son sino un conjunto de fórmulas
matemáticas estáticas, ¿cómo podrían
explicar la dinámica de la naturaleza? Steven Hawking ya se había
asombrado de ello: \"Incluso si solamente hay una sola teoría
unificadora posible, aun así ella no sería más que
un conjunto de principios y ecuaciones. ¿Qué es lo que inyecta
vida en las ecuaciones y crea un universo para que ellas lo describan?\"
No es necesario buscar las indicaciones que nos muestran la salida a este
dilema en lugares remotos. Se hallan en nosotros mismos. Si el ser humano
es el resultado final de la acción de todas las fuerzas de la naturaleza,
y si la conciencia humana de sí misma afirma que la libertad constituye
el fundamento de nuestro ser, no queda más remedio entonces que
concluir que esta misma libertad en su estado absoluto es también
el principio fundamental de la realidad entera. Esto quiere decir que
la idea de que un conjunto de fórmulas matemáticas (las
\"leyes de la naturaleza\") no es capaz de explicar la existencia
y la dinámica de la naturaleza, aunada a las ideas siguientes:
1) que la esencia de la naturaleza es necesariamente espiritual, 2) que
no es razonable suponer que el ser humano ?en tanto que ser formado
por la naturaleza? revele en sí mismo una facultad que no
se halla en la naturaleza misma y 3) que la introspección indica
que la única fuerza activa que conocemos en forma directa es la
voluntad libre que es el fundamento de nuestro ser, todo esto en opinión
del autor conduce a una sola conclusión inevitable: que la voluntad
del ser humano forma parte de esa voluntad que está en la base
de la existencia entera: la voluntad divina.
El hecho de que el principio de unidad de opuestos se halla latente en
los nombres divinos mencionados aunado al hecho de que la totalidad de
la Torá se deriva de estos nombres, implica necesariamente que
este mismo principio es inherente a cada una de las partes que componen
la Torá. Y, en efecto, así es. Este mismo principio también
constituye la base que unifica la inmutabilidad de la Torá Escrita
con el desarrollo siempre renovador de la Torá Oral, incluyendo
todas las opiniones opuestas que contiene. Más aún, las
condiciones rigurosas de análisis e interpretación necesarias
para desarrollar las enseñanzas de los sabios talmúdicos
?cuya aplicación otorga a esas enseñanzas su validez
absoluta? en la práctica son sólo variantes de este
mismo principio. En el nivel objetivo tenemos principios metodológicos
precisos que sólo mediante ellos se puede interpretar la Torá
(los Trece Principios Hermenéuticos de Rabí Ishmael). Estos
principios rigurosos garantizan que la extraordinaria complejidad de las
leyes de la Torá se deriva de una sola perspectiva unitaria. Y
en el nivel subjetivo tenemos que cada uno de los sabios talmúdicos
era sometido a una trascendencia personal rigurosa, una lealtad absoluta
a un sistema normativo que abarcaba todos los aspectos de la vida humana.
Esta trascendencia personal garantiza que la estructura mental por medio
de la cual la Torá es interpretada también se caracteriza
por su unidad.
Un ejemplo adicional en la Torá donde se manifiesta este principio
lo constituye la transparencia del texto bíblico. Según
los sabios talmúdicos, la Torá entera está latente
en cada una de sus letras y en cada uno de sus preceptos. El conjunto
total de preceptos reside en forma latente en cada una de sus normas.
Tenemos bellas demostraciones de este tipo de relación en la óptica
(es posible reproducir un holograma entero a partir de una pequeña
parte de él) y en la genética (bajo ciertas condiciones,
una sola célula es capaz de reproducir de sí misma al organismo
entero). Aunque la afirmación de que la totalidad de la Torá
está contenida en cada una de sus letras no puede ser comprobada
empíricamente, pero sí el principio lógico que forma
su substrato. Este principio de transparencia ha sido corroborado en forma
objetiva gracias al desarrollo de las computadoras. Se ha descubierto
que, a pesar de la especificidad temática de las diversas partes
del texto bíblico, es completamente transparente frente a cantidades
inagotables de información codificadas en el texto mismo en forma
de secuencias alternadas equidistantes de letras. Este fenómeno
parece improbable a primera vista, pero es perfectamente consistente con
el hecho de que el fundamento de la Torá lo constituye la unidad
de opuestos.
La última pregunta que queda por elucidar es en qué sentido
el principio de unidad de opuestos puede ser adoptado como norma de conducta.
Para ilustrar la respuesta se describen situaciones de la vida diaria
que lo ejemplifican claramente.
Este principio holístico que constituye el fundamento de la Torá
entera y de cada una de sus partes refuta el argumento existencialista
de que el libre albedrío no puede ser concretizado. La razón
de ello radica en que cuando el acto de decisión entre un estado
mental y otro consiste en la realización práctica de uno
de los preceptos de la Torá, el estado mental así concretizado
no es una pequeña parte del conjunto, aunque parezca que lo es.
La concretización en el tiempo de un cierto estado mental en el
tiempo, lugar y modo requeridos significa que dicho estado está
en sincronización plena con la el modo organizativo holístico
a través del cual la raíz de ese estado particular se integra
con las raíces de los demás estados mentales potenciales,
así como con las raíces de la naturaleza en conjunto. Esta
sincronización significa que el estado mental concretizado por
el acto de albedrío se concretiza de hecho en virtud de todos los
demás, de modo tal todos están representados en él.
Esta idea adquiere mayor fuerza aún cuando es analizada desde un
marco superior de referencia. La concretización de este estado
mental particular en una situación determinada refleja la voluntad
divina (puesto que se trata de un precepto), y la voluntad divina incluye
no solamente los demás estados mentales, sino también el
universo entero. Así, pues, la unidad de ser (el \"yo\")
en la cual está predicada la libertad humana no es explotada en
vano por el acto de albedrío, aunque parezca que en este determinado
momento se niega la posibilidad de concretización de otros estados
mentales latentes en ella. Éstos también se concretizan,
aunque de otro modo.
Además, es un hecho que la forma de cualquier objeto está
determinada por lo que no es parte de ella, en vez de por lo que sí
es parte de ella. Por consiguiente, cuando una persona concretiza las
leyes divinas, tanto los estados mentales concretizados por medio de ello
como los que no se complementan entre sí, revelando así
una maravillosa armonía entre ellos. La personalidad humana se
cristaliza mediante el libre albedrío como imagen de opuestos que
se funden en una unidad perfecta. La totalidad holística que sólo
existía en potencia se concretiza en forma de totalidad holística
concreta, sólo que se manifiesta como armonía del conjunto
de contenidos de la mente.
La idea de que la concretización del libre albedrío solamente
es posible mediante la adopción de los preceptos de la Torá
como norma de vida también se infiere necesariamente desde una
perspectiva distinta. Como ya se señaló, la infinitud absoluta
del Creador nos obliga a concluir que Él es inmanente en la naturaleza
sin por ello perder su cualidad trascendental. Esto significa que el único
ser realmente libre en forma absoluta es el Creador, ya que esto es justamente
lo que significa una trascendencia de este género: la constitución
de los fenómenos finitos sin por ello verse afectado en lo más
mínimo por su naturaleza cambiante. Puesto que la Torá es
la voluntad de Dios (según demuestra el principio de unidad de
opuestos que la constituye), su adopción como norma de vida revelará
en la voluntad del ser humano la cualidad trascendente e incondicional
que carece por sí misma. La asimilación de la voluntad humana
a la voluntad del Creador (la Torá) transforma su voluntad en parte
de la voluntad del Creador, lo que le hace adquirir las mismas características
trascendentes que Él posee, aunque por supuesto en una escala ontológica
más pequeña.
Más aún, las ideas a las que se llegó antes ?que
la sabiduría y la cualidad dinámina que la naturaleza manifiesta
son expresiones concretas de la sabiduría y voluntad divinas?
significan que la historia cósmica en su totalidad consiste en
la actualización concreta de la voluntad del Creador. Si a esto
aunamos la idea de que la voluntad humana necesariamente se deriva de
la voluntad divina, no podemos sino concluir que así como la voluntad
del Creador está en perpetuo estado de actualización concretiza,
así también lo está la parte que se deriva de ella:
la voluntad humana. Puesto que el libre albedrío humano no puede
ser concretizado por sí mismo, forzosamente debemos poseer por
algún otro medio la información acerca del modo organizativo
que nos fundamenta por medio del cual pueda ser concretizado. Por consiguiente,
la infinitud misma del Creador no sólo implica que posee la capacidad
de informar al hombre acerca del sistema de valores por medio del cual
pueda concretizar su libertad, sino también la obligación
de hacerlo. Así como no hay nada en la realidad que pueda impedir
la concretización de la voluntad divina, así tampoco puede
existir la posibilidad de que un factor externo ?tal como la falta
de información? impida la concretización de la voluntad
humana.
En términos generals, la idea de que la voluntad divina está
encarnada en la concretación de un sistema de leyes lógicas
que conocemos como \"leyes de la naturaleza\" enseña que
este sistema de leyes es el mismo que el individuo debe hacer imperar
en su conciencia para poder concretizarse a sí mismo, es decir,
a su libertad. Los impulsos naturales que impelen al ser humano son un
ejemplo en miniatura de las fuerzas naturales que le han sido dadas como
escenario para implementar su libertad, esto es, para implementar una
cualidad particular entre todas las que constituyen la idea absoluta de
libertad: la libertad divina. En su esencia, la auténtica voluntad
humana constituye un pequeño fragmento de la voluntad divina, y
la organización formal que él debe imponer en todas sus
facultades mentales es un fragmento de la organización formal que
Dios impone en los fenómenos naturales. Por consiguiente, era necesario
que en algún punto de la historia el Creador informase al ser humano
acerca del sistema de valores ?que simultáneamente también
es el sistema de leyes naturales? por medio del cual pudiera concretizar
su libertad.
Este sistema de valores solamente puede ser el que la Torá expresa.
Por las siguientes razones: el único sistema de valores que la
humanidad posee que se identifique a sí mismo con la infraestructura
y leyes de la naturaleza es la Torá; el único sistema de
valores que la humanidad posee cuya complejidad se corresponde con lo
que se exige de esta identidad es la Torá; el único sistema
de valores que se origina en la unión de opuestos (los nombres
divinos) es la Torá; el único sistema de valores cuyo principio
de unidad de opuestos está contenido en cada uno de sus componentes
(la transparencia del texto bíblico para cantidades inagotables
de información) es la Torá; el único sistema de valores
cuyo desarrollo (la Torá Oral) está determinado por una
perspectiva unificada (los Trece Principios Hermeneúticos de interpretación
y la trascendencia ética personal de los sabios talmúdicos)
es la Torá; el único sistema de valores que exhibe correspondencias
punto por punto con la realidad material (según será demostrado
en los volúmenes III y IV) es la Torá. A la luz de todo
esto, no hay por qué asombrarse de la afirmación de los
sabios talmúdicos en el sentido de que el único ser libre
es el que se dedica a la Torá y a los preceptos.
Todo lo dicho hasta ahora también responde a la pregunta planteada
al final de la Quinta Parte: si el colapso de la función de onda
es el principio activo inherente a la esencia de la realidad, y depende
de la mente del observador, ¿quién se preocupa por el colapso
de las potencialidades del universo entero, incluso aquellas que no son
observadas por el hombre?
El principio divino de unidad de opuestos proporciona una explicación
de fondo a un fenómeno que está en la base del drama humano:
el sufrimiento de los justos y la prosperidad de los malvados. La agobiante
pregunta de por qué los malvados prosperan se plantea con mayor
fuerza a la luz de la afirmación de que las leyes de la Torá
son idénticas a las leyes de la naturaleza. ¿Cómo
puede ser posible que el plano físico esté determinado por
una jerarquía de leyes bien definida (la física, la química,
la biología, etc.), mientras que en el plano psíquico impera
el indeterminismo? ¿Cómo es posible que las leyes de la
naturaleza impelen al ser humano, mientras que las leyes de la Torá
no? La respuesta que este principio da a esta interrogante es global y
profunda.
Un problema paralelo analizado en esta sección lo constituye los
varios fenómenos descritos por la Segunda Ley de la Termodinámica.
La tendencia natural de todos los fenómenos físicos es llegar
a un equilibrio termodinámico y perder toda organización
formal. La pregunta es: ¿de qué modo se compagina esta tendencia
con la idea de que Dios se manifiesta en todos los fenómenos naturales?
Según los físicos, esta tendencia intrínseca es explicada
por el factor del azar. La probabilidad dicta que de todos los estados
posibles, el que se concretizará en el próximo instante
será alguno de los que forman la infinitud de estados posibles
de caos, y no el estado único de orden. El problema es que el azar
no es posible en un ente cuyo conocimiento de sí mismo no es distinto
de su ser. En otras palabras, según la mayoría de los físicos,
esta explicación únicamente es válida para un sistema
cerrado, pero no para un sistema abierto, mientras que de todo lo dicho
hasta ahora resulta que el universo es un sistema abierto: la inmanencia
del Creador (la naturaleza) está contenida dentro de Su trascendencia
de la naturaleza. También a esta pregunta se da una respuesta exhaustiva,
la cual cristaliza todo lo dicho hasta ahora en una visión coherente.
Todo lo que se afirma en este artículo conduce a la conclusión (reseñada
al principio de este resumen) de que el problema psico-físico debe
ser resuelto principalmente en el plano práctico: configurando
la personalidad humana según las leyes de la Torá, es decir,
unificándose el hombre consigo mismo.