Rav Baruj Mbazbaz
Actualidad

Parashat Ki Titze

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El Comercio y la Honestidad

Sin necesidad de profundizar mucho en el estudio de la Torá, podremos darnos cuenta de que sus preceptos abarcan todos los aspectos de la vida del ser humano, tanto en lo particular, en su relación con D'os, así como en el terreno social, y en su relación con el prójimo.

En nuestra parashá la Torá nos ordena no retrasarnos en el pago del salario de nuestros empleados, como dice el versículo: "en su día le darás su salario" (Devarim 24:15).

En el ámbito comercial esta mitzvá es fundamental para obtener una relación óptima tanto entre el empleador y el empleado, como entre el proveedor y el cliente. Mediante este precepto tan importante, D'os nos da la posibilidad de que nuestra sociedad se vea distinta de como se ve hoy en día.

Pero la responsabilidad no recae solamente sobre el empleador o el cliente, pues también el empleado tiene la obligación hacia su dueño de cumplir estrictamente con los horarios de trabajo acordados y trabajar decentemente.

Lo que nos quiere transmitir la Torá, es que cada uno tiene que cumplir con su obligación para poder vivir en una sociedad basada en el respeto y la honestidad.

En parashat Vaietzé, la Torá nos cuenta que Iaacov Avinu trabajó con su suegro Labán durante 20 años. De todos los contratos que firmaron, Labán no cumplió con ninguno. Pero Iaacov siguió trabajando con Labán. Es muy dificultoso trabajar con alguien que sabemos que comete hurto, o no pagará el monto acordado. Sin embargo, la Torá atestigua que Iaacov siguió trabajando con toda honestidad y cumplía con su obligación al pie de la letra, sin importar lo que Labán le podía hacer.

Es evidente que la Torá no nos pide que nos dejemos engañar. Pero lo que sí nos pide, es que no aprendamos de quien se comporta deshonestamente con nosotros. La Torá nos da el permiso y el derecho de llevar nuestro caso a una Corte Rabínica, pero por otro lado nos exige que todo tiempo que decidamos seguir trabajando con esa persona sigamos haciéndolo honestamente.

Además, ya sabemos que quien se conduce con honestidad y rectitud en su relación social y comercial con las demás personas, recibe su recompensa en este mundo, además de ganar el pago en el mundo venidero.

El Midrash Rabá cuenta que cuando Labán e Iaacov se separaron, a Labán le robaron todos sus bienes, quedándose así sin su riqueza. Por otro lado, respecto de Iaacov el versículo dice: "Y creció el hombre, mucho, mucho". El Midrash explica que este versículo se refiere a su posición económica, que fue creciendo en porcentajes muy grandes hasta que necesitó colocar miles de perros para vigilar su ganado.

La intención del Midrash, es enseñarnos que quien cumple la orden de la Torá de conducirse con honestidad, siempre saldrá beneficiado.

También en el Talmud, en el tratado de Taanit, encontramos un hecho parecido que le ocurrió a Aba Jilkiá.

En su generación, Aba Jilkiá era conocido como una de las personas más rectas, distinguiéndose en especial por su total entrega al cumplimiento de los preceptos de nuestra sagrada Torá. Dice el Talmud que cierta vez, en época de sequía, los Sabios del pueblo fueron a pedirle a Aba Jilkiá que rezara para que D'os se apiade de ellos y envíe lluvias. Ellos fueron hasta el campo donde él trabajaba en relación de dependencia, y lo encontraron trabajando la tierra. Se acercaron y lo saludaron, pero él no les respondió el saludo.
Asombrados por esta actitud tan rara, decidieron esperar fuera del campo hasta que finalizara la jornada laboral. Cuando vieron que Aba Jilkiá salía, se acercaron y le preguntaron por qué no los había saludado. Entonces él les respondió que era un empleado en relación de dependencia y no podía perjudicar a su empleador.

Mediante esta historia, el Talmud nos enseña hasta qué punto la persona tiene que cuidarse en su trabajo, y guiar todas sus acciones con honestidad. A simple vista, no hubiese tenido nada de malo que el Rab les respondiera el saludo, ya que saludar no toma más que unos pocos segundos. Pero Aba Jilkiá se abstuvo de saludarlos como un método de prevención, pues él pensó que si los saludaba, les estaría dando lugar para que continúen con la conversación, y en ese momento sí estaría robando a su patrón, pues cobraría dinero sin trabajar.

Nuestros Sabios nos enseñan que el dinero que se gana con honestidad, es el que en definitiva nos quedará, pero el que no es ganado de manera recta, de alguna u otra forma se terminará perdiendo.

"Hace muchos años, en un pequeño pueblo, vivía un lechero que proveía de leche a todo el pueblo. Por la madrugada comenzaba a ordeñar sus vacas y durante el día repartía los pedidos.
Pero la cantidad de habitantes era mayor a los litros de leche que él lograba obtener cada mañana. Entonces, para satisfacer a sus clientes y entregarles leche todos los días, decidió agregarle un 20% de agua a cada litro de leche y de esta manera, lograría cubrir todos los pedidos. Durante varios años, él agregó agua a la leche sin que sus clientes se dieran cuenta.

Un día, al ver que ya había ahorrado muchas monedas de oro, aquel lechero decidió tomarse unas buenas vacaciones para disfrutar de toda su riqueza. En esa época los cruceros comenzaban a estar de moda, y este hombre decidió viajar varias semanas en un crucero y luego regresar a su lugar y a su trabajo.

Por precaución, dividió toda su riqueza en cinco bolsas, las cuales contenían la misma cantidad de dinero cada una.
Él comenzó sus vacaciones, y en el barco no se separó ni un instante de sus cinco bolsas.

En un hermoso y soleado día, se recostó en una reposera, y mientras disfrutaba del sol, saltó por encima de él un simpático monito que pertenecía a uno de los pasajeros, y le sacó una de sus bolsas con la intención de jugar, y comenzó a correr por la terraza.
El lechero, desesperado por recuperar su dinero, comenzó a perseguir al mono. Entonces, al ver que el hombre venía detrás de él, el mono se asustó y tiró al mar la bolsa con todo el dinero que contenía.

El rostro del lechero denotaba amargura y decepción a la vez, e incluso comenzó a lagrimear.

Después de tranquilizarse, el lechero recordó que todavía le quedaban cuatro bolsas con dinero, e hizo el cálculo de que perdió el 20% de sus ahorros.

Unos segundos después, exaltado y sorprendido a la vez, el hombre entendió que el hecho de que él había perdido exactamente el 20% de sus ahorros no fue casualidad, y se dijo a sí mismo: "lo que vino por el agua se fue con el agua".