Rav Salomón Michan
Ser agradecidos

Agradece por todo lo que hay a tu alrededor

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En una ocasión, Rabí Israel de Salanter dejó a su familia y alumnos para ir a París y motivar a los Yehudim a fin de que regresaran al Judaísmo de la Torá.

Cierto día entró a un elegante restaurante para reunirse con algunos de los muchos Yehudim que frecuentaban el establecimiento. Rab Israel se sentó en una mesa y pidió un vaso con agua.

Cuando se disponía a salir, el mesero le presentó la cuenta por la elevada suma de cuarenta francos.

—¿Tanto por un vaso con agua? —preguntó Rab Israel, sorprendido.

El mesero le respondió:

—Señor, usted está pagando por lo que lo rodea, el ambiente. Paga por los muebles elegantes, el servicio de mesa, las alfombras, las luces, ¡eso sin mencionar la vista!

La respuesta resonó en el corazón de Rabí Israel. Se apresuró a regresar a su cuarto y escribió a sus alumnos:

He estado muy intrigado durante mucho tiempo respecto a por qué recitamos una bendición tan elevada y total como Shehakol Nihiyá Bidbaró, “Que todo fue creado por Tu palabra”, por un simple vaso con agua.

Pero de las palabras de un mesero no Yehudí en París he aprendido que no sólo damos gracias a Dios por el vaso de agua, sino que estamos expresando nuestra gratitud por el espléndido ambiente en el que Dios nos sirve el agua.

Damos gracias por el aire fresco que respiramos mientras tomamos el agua, por el sol que nos da luz y por el árbol que nos da su sombra.

En resumen, cuando damos gracias a Dios por una cosa, deberíamos aprovechar la oportunidad de agradecerle por todo.

Todos debemos agradecer

En Tehilim (Salmos) dice así: Mizmor Letodá, Hariu LaHashem Kol Haaretz, “Salmo de agradecimiento. Canten jubilosos a Dios, habitantes de la tierra”.

Pregunta Rab Jaim Kanievsky:

—¿Por qué David Hamélej (el Rey David) nos obliga a todos a agradecer a Dios? Lo más correcto sería que sólo quien tuvo algún problema o salió de alguna situación difícil o complicada fuera el que agradeciera a Dios.

Y contesta el mismo Rab Jaim Kanievsky con una historia real que ocurrió en Israel:

Una noche llegó una persona al Midrash (Casa de Estudio) para donar una pequeña Seudá (comida) en agradecimiento a que salvó la vida en un choque que sufrió en una calle de Israel.

Al otro día llegó un hombre con una nueva pequeña Seudá y todos pensaron que también había salvado la vida en algún accidente que sufrió algún día.

Pero éste dijo a los presentes:

—Yo no estoy agradeciendo por salvar la vida en algún accidente o en algún choque. Yo agradezco a Dios por el hecho de que he pasado miles de veces por ese lugar donde chocó nuestro amigo, y a mí nunca me pasó absolutamente nada.

Eso es lo que dice Rab Jaim Kanievsky: todos debemos agradecer a Dios por todo lo que nos da, lo que nos quita, lo que no nos da y todo lo demás.

Nadie valora lo que tiene, hasta que lo pierde

Contó Rab Yehudá Ades que en una ocasión se encontraba cenando en casa de una familia importante y a la mitad de la cena se fue la luz. La oscuridad era tremenda, ya que no había luz en toda la calle y, por supuesto, no podían ver absolutamente nada, no podían seguir comiendo, etc. Pasaban los minutos y no regresaba la electricidad. Después de varios minutos llegó la luz repentinamente y todos se alegraron y se emocionaron mucho.

La pregunta es: ¿por qué antes, cuando sí tenían luz, no estaban tan contentos como cuando llegó la electricidad después de haberse ido?

La respuesta todos la conocemos. “Uno no valora lo que tiene hasta que lo pierde”. Si valoráramos todo lo que tenemos en nuestra vida, desde un foco, una silla, una mesa, unos lentes, un pedazo de pan para comer, etc., seríamos más felices.

Para agradecer a Dios, no es necesario esperar que nos haga grandes milagros. Basta con despertarnos por la mañana, abrir los ojos y encontrarnos con nuestro cuerpo sano. Esto es suficiente para saltar de alegría y agradecer a nuestro Creador por hacernos un favor tan grande