Sivan Sinnreich
Parasha semanal

Salvavidas

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En Agosto del 2006 comenzó la guerra entre Israel y el Líbano, luego de la captura de dos soldados reservistas en el norte y un joven soldado en pleno servicio en el sur, en la Franja de Gaza. Yo en ese momento servía para la unidad de Infantería del ejército Israelí. Después de esas capturas hubo mucha tensión e incertidumbre entre los dos países, y más aún entre los soldados, ya que no sabíamos si íbamos a ingresar o no al territorio enemigo para luchar, y si lo hacíamos, nada aseguraba al 100% que volviéramos con vida de esa travesía.

Cuando se recibió la orden de entrar, nos llevaron a la frontera. Estábamos todos muy nerviosos, entre los compañeros tratábamos de ponerle un poco de humor la situación para así subir los ánimos. En ese momento, llamé a mi familia con lágrimas en los ojos para decirles que finalmente mi unidad debía participar en la guerra. Yo nunca fui una persona ortodoxa, más bien observante de algunas tradiciones de la religión. Mi hermana, que sí lo es, me pidió que por favor consiguiera un talit katan y que me lo pusiera durante todo el tiempo que estuviera adentro. Tenía mucho miedo de no volver a ver a mi familia.

Subimos a los jeeps a la madrugada. Caminamos hasta el amanecer, todos en silencio. Llegamos a un pueblo, donde hubo un pequeño enfrentamiento, pero ningún soldado salió herido. Nos quedamos ahí durante cinco días. Estábamos en una casa abandonada donde dormíamos los 16 integrantes del grupo en una pequeña habitación. Fueron días muy difíciles, con un espacio reducido y muy poca comida para cada uno. Siempre rondaba la incertidumbre sobre cuál sería el paso a seguir, no sabíamos nada de lo que nos deparaba. Simplemente esperábamos a recibir órdenes. Yo mientras tanto, leía tehilim, y sentía que me daban fuerza y esperanza.

Un día, nuestro general nos comunicó que la próxima operación sería un “baño de sangre”. Nos trasladaríamos a otro pueblo donde se sabía que había terroristas, y nuestro grupo iba a ser el primero en ingresar a ese territorio y los primeros en enfrentarlos. En ese momento, observé en los ojos de mis compañeros un inmenso temor. Tan grande que es inexplicable. La habitación se llenó de silencio rotundo. Algunos miraban al piso. Uno me tocó el hombro y enseguida entendí que ese podría ser nuestro fin. Al finalizar sus instrucciones, el general, que no era ortodoxo, nos pidió que recitáramos el Shema Israel todos juntos.

Al día siguiente en la mañana, antes de salir, a un compañero (tampoco era ortodoxo) se le ocurrió que todos debíamos ponernos tefilín . Yo justo había llevado los míos porque sabía que era una ocasión para tenerlos cerca como protección. Se los presté a todos los del grupo y ayudé a algunos que ni siquiera sabían qué bendición había que pronunciar.

Yo estoy seguro que en el pedido personal de cada uno de mis compañeros estaba el ruego de volver sanos y salvos y que todo eso se termine. Sin duda, ponernos los tefilín nos hizo bien como grupo, nos dio fuerza.

El día que salimos de esa casa fue un viernes de noche. Casi ni pudimos hacer el rezo de Shabat. No me acuerdo cuánto caminamos entre las montañas, fue muy cansador y llevábamos mucho equipamiento militar encima. Yo cargaba tres bazucas, además del resto de las cosas. Llegamos en la madrugada, fue un momento de mucho temor. Nos enfrentamos con varios terroristas que nos disparaban desde las casas del pueblo. Estuvimos horas defendiéndonos y disparando sin parar.

Tratábamos de cubrirnos con lo que sea. De pronto, empecé a escuchar gritos que se necesitaban doctores por todos lados, “uno cayó”, “el otro está herido”, eso aumentó más el miedo entre los que estábamos ahí. Pero había que seguir. Es imposible describir la sensación de sentir disparos por todos lados sin saber si vas a salir o no con vida de ahí.

En un momento, encontramos una pared para cubrirnos. Tenía 1 metro 50 cm. aproximadamente.

Desde ahí respondíamos a los disparos de los terroristas. De repente, me cayeron esquirlas de balas mezcladas con la piedra de la pared en el cuello y sentí un ardor terrible, pensé que tenía fuego en la piel. Inmediatamente recibí fuertes golpes a causa de una explosión y caí hacia atrás. El médico que me atendió dijo que tenían que sacarme de ahí y mandarme al hospital de inmediato. Gracias a D´s me dieron de alta al día siguiente. Después de eso, seguí en tratamientos de fisioterapia y kinesiología, haciendo reposo en mi casa.

Al día siguiente de que me hirieran, Israel y el Líbano firmaron el cese al fuego. Al hablar con algunos compañeros, todos coincidieron que estábamos vivos por los tefilín. De mi grupo, no hubo heridos de gravedad ni muertos, a pesar de haber entrado primeros al pueblo, cosa que no ocurrió en otros grupos que ingresaron después que nosotros.

Después de un tiempo, me mostraron una foto de la pared con la que nos cubrimos. Estaba llena de agujeros de bala. Me cuesta mucho creer cómo ninguna de esas balas nos tocó directamente ni a mí ni a mis compañeros. No me cabe la menor duda que estamos vivos gracias a los tefilín. Ellos fueron nuestra protección y nuestra salvación. En el momento del combate, se los di a un compañero porque yo no tenía donde guardarlos. Nunca más los vimos. Desaparecieron como por arte de magia. Cumplieron su función, salvarnos la vida.

*La historia relatada es verídica y las fotos fueron tomadas en el campo de batalla