Rav Salomón Michan
Vida Judía

LA PAREJA DEBE SER PARTE DE UNO

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CONOCE A TU PAREJA

La armonía entre marido y mujer es la base fundamental de un hogar judío. En la familia judía, hombres y mujeres tienen diferentes obligaciones y cumplen diferentes roles porque somos conscientes de que Dios nos formó como dos seres diferentes, con talentos y características que son necesarios para crear sinergia en nuestro matrimonio.

Nos parecemos, pero somos diferentes… muy diferentes. Tan diferentes, que no estoy seguro si deban clasificarse a hombres y mujeres dentro de la misma especie. No me refiero sólo al aspecto físico, sino más que nada al área psicológica y mental.

Hoy en día, gracias a los avances de la tecnología médica y científica, sabemos mucho mejor cómo funcionan el cerebro y las hormonas.

Los científicos han descubierto que somos mucho más diferentes de lo que suponíamos cuando John Gray nos enseñó, en 1992, que los hombres veníamos de Marte y las mujeres de Venus. La disimilitud entre hombres y mujeres es muy profunda y tiene un origen biológico. Esto lo explica con maestría el neurocirujano Simón Barón Cohén, un especialista en psicología biológica, en su revolucionario libro “La diferencia esencial”, donde explica que existen dos cerebros humanos: el femenino y el masculino.

Reconocer estas diferencias nunca fue más necesario que en nuestros días. Entonces, ¿qué debemos hacer para vivir en armonía, si somos tan diferentes?

La Torá nos da la respuesta: La primera vez que la Torá habla de amor es en referencia a Adam y Javá. Y en ese contexto, la palabra que usa la Torá para describir el amor es “yadá”, es decir: “saber”, “conocer”. “Adán conoció a Javá, su esposa”.

Es muy difícil, y casi imposible, amar a otra persona sin conocerla, sin saber cómo él o ella piensa, cómo razona y, especialmente, cómo transmite y comunica sus emociones. Amar es conocer y conocer es amar. Aprender más sobre nuestra esposa o esposo —y lo que caracteriza a su género— es querer amarlo más.

En medio de un discurso, planteé al público la siguiente pregunta:

“¿Cuánto tiempo tarda un individuo en graduarse de abogado?”.

—Cuatro años —dijo alguien.

“¿Un médico para especializarse?”.

—Diez años —contestaron.

“¿Qué es más difícil, ser abogado, doctor o esposo?”.

—Esposo —respondió la mayoría de los presentes.

“¿Cuántos años se estudia acerca del matrimonio antes de casarse?”.

Ninguno.

“Esto es absurdo. ¿No creen que es necesario estudiar sobre la base del matrimonio antes de casarse para tener una exitosa relación?”.

Una persona exclamó: “Rabino, de ser así, nadie se casaría jamás”.

Cuando empecé a investigar la razón por la cual tantos matrimonios fracasan, me formulé la siguiente pregunta: ¿Cómo es posible que la institución del matrimonio haya estado vigente durante miles de años y aun así existan tantas personas que no logran entender cómo hacerla funcionar? Uno pudiera suponer que con todos los avances tecnológicos y científicos la humanidad también tendría la capacidad de comprender el secreto de un matrimonio feliz.

La tasa actual de divorcios es más alta que en el pasado, e incluso, si una pareja se mantiene unida, difícilmente perdura la estabilidad en su relación.

¿Por qué no hemos podido hacer funcionar el matrimonio —la institución más importante de nuestra sociedad— óptimamente?

No es que las personas no lo hayan intentado. Psicólogos famosos han abordado este desafío, han redactado cientos de miles de páginas plegadas de ideas y consejos maritales, y aun así, algunos de ellos están divorciados o inconformes con su propia relación. Se siguen escribiendo nuevos volúmenes sobre el tema; muchos de ellos se convierten en best-sellers porque las personas buscan incansablemente las respuestas para corregir los errores cometidos en su matrimonio. Si hay tanta información disponible, ¿por qué existe tanta gente sufriendo todavía?

Éstos son los interrogantes que me formulé para desarrollar este libro.

Cuando reflexioné al respecto, me di cuenta de que la razón es obvia: muchas personas no siguen los consejos que reciben de los especialistas: un matrimonio saludable y feliz requiere del esfuerzo, dedicación y compromiso de ambos. Cualquier logro importante requiere de esfuerzo… ¿Acaso nuestro matrimonio merece menos?

Romper un mal hábito, como fumar, es de por sí bastante difícil, pero más difícil aún es cambiar nuestra naturaleza, que es la causante de nuestros malos hábitos. Sin embargo, podemos cambiar y tenemos que hacerlo. Antes de dar con la raíz del problema, debemos estar dispuestos a rectificarlo.

En esta obra llegaremos al núcleo, pero debo advertir al lector que si no está dispuesto a esmerarse en hacer florecer su matrimonio, esta información le resultará inútil. Si está interesado y se siente preparado para enfrentar el reto, entonces, ¡adelante!

 

LOS KORBANOT Y LA ARMONÍA FAMILIAR

Quiero compartir con los lectores una reflexión sobre la relación entre los korbanot, las ofrendas que se hacían en el Bet Hamikdash, y la armonía entre marido y mujer.

No es extraño ni inusual que la relación entre marido y mujer se compare con nuestra relación con Dios. Nuestros Sabios siempre vieron muchos puntos en común entre estas dos relaciones: amor incondicional, fidelidad y dedicación, entre otras cosas.

En un libro del Tanaj, el Shir Hashirim, que Rabí Akibá definió como Kódesh Kodashim (el libro más santo de los santos), trata exclusivamente este tema: la relación entre el pueblo de Israel y Dios, expresado en una metáfora que describe el afecto entre una pareja.

Veamos qué podemos aprender de los korbanot para mejorar nuestra relación conyugal. Existen varios tipos de korbanot. Algunos ejemplos son: korbán hatamid, el sacrificio que se ofrecía todos los días del año. Este korbán, que hoy es reemplazado por las tefilot de Shajarit y Minjá, manifestaba nuestra conexión ininterrumpida con Dios, nuestra inversión de tiempo en la relación más importante.

La convivencia entre marido y mujer requiere de un esfuerzo similar de constancia y persistencia, pero muchas parejas se quejan de un déficit de atención mutua.

Particularmente para la mujer, es fundamental sentir que su marido piensa y se dedica a ella. A los hombres nos cuesta entenderlo porque, para la mayoría, el nivel de la relación depende más de la “intensidad” de esa relación que de la inversión de tiempo.

Otro de los korbanot que se ofrecían en el Bet Hamikdash era el korbán todá, una ofrenda de agradecimiento, el cual era importantísimo. La persona no puede dejar de reconocer y de expresar su agradecimiento por lo que Dios hace por ella. De la misma manera, un esposo/a no puede dejar de reconocer, apreciar y agradecer lo que su esposa/o hace por él.

En este punto, creo que no hay diferencia entre hombres y mujeres. Todos necesitamos sentir que lo que hacemos es apreciado; existen pocas cosas que nutren el amor entre una pareja tanto como el reconocimiento y el agradecimiento, y pocas cosas que dañan nuestra relación, como la falta de apreciación. Y tal como ocurre con el korbán, no se trata sólo de “saber” que Dios hizo algo por mí, lo tengo que “expresar” con un verdadero agradecimiento.

Esto es (o debería ser) muy característico de un yehudí. La palabra hebrea “yehudí” viene de la palabra “todá”, que significa “gracias”. El yehudí es el ser humano que se acuerda más de Dios para agradecerle que para pedirle. Lo mismo debe ocurrir con nuestro esposo/a.

El más común de los korbanot era el korbán de expiación, jatat o asham. Cuando alguien cometía una transgresión sin querer o sin plena conciencia, ofrecía un korbán jatat, pero si transgredía deliberadamente, ofrecía un korbán asham.

Ahora bien, antes de ofrecer estos korbanot a Dios, había que corregir lo que la persona hizo mal: si, por ejemplo, robó o dañó a alguien, antes de ofrecer el korbán debía restituir el dinero robado, o pagar por el daño hecho. Y algo más: tenía que reconocer y confesar lo que hizo mal; de otra manera, el korbán no servía como expiación.

Reconocer nuestros errores es importantísimo en la relación entre marido y mujer. ¿Cuáles son las dos palabras más importantes en esta relación? ¿“Te amo”, ¡Qué lindo!, “Estás equivocada/o”? Las dos palabras más importantes son: “Me equivoqué” o “Tienes razón” o “¿Me perdonas?”.

Cuánto más dispuestos estemos a reconocer nuestros errores, que son inevitables en cualquier relación afectiva, más se fortalecerá esta relación.

Y si, por el contrario, sólo tratamos de justificarnos, defendernos, acusar al otro y jugar al “YO NO FUI”, nuestra relación con nuestra esposa o esposo, así como con Dios, no se fortalecerá.

Nuestros hogares deben ser un santuario donde servimos a Dios, y de este servicio también debemos aprender cómo fortalecer nuestro matrimonio.

 

Bereshit 4:1.