Adaptación Rav Gabriel Guiber
La Hoja

EL QUE QUIERE, PUEDE

BSD EL QUE QUIERE… PUEDE “Y vendrá todo hombre que ponga su corazón…” (Shemot 35,21)   Imaginemos no vivir en un país democrático. Para algunos esto puede resultar difícil, pero para los que hemos vivido en algunos pa
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BSD

EL QUE QUIERE… PUEDE

“Y vendrá todo hombre que ponga su corazón…”

(Shemot 35,21)

 

Imaginemos no vivir en un país democrático. Para algunos esto puede resultar difícil, pero para los que hemos vivido en algunos países de Sudamérica, no hace falta volver demasiado hacia atrás…

Pero, no nos referimos a los gobiernos dictatoriales o impuestos por la fuerza de las armas, sino los antiguos reinados, donde el rey tenía el poder absoluto, que pasaba de padre a hijo, por herencia. Ese tipo de reyes, si tenían la voluntad, podían elevar a un hombre hasta la cima y hacerlo el hombre más rico del mundo. Y también, con su voluntad, podían ordenar colgarlo de un árbol de veinticinco metros de altura.

Sobre estos reyes, recaía la bendición al ser vistos por un iehudi, que debían bendecir diciendo que Hashem distribuye, parte de Su Honor, entre los hombres.

La soberbia, era una cualidad muy presente entre ellos. Uno de estos reyes, tiene la gran ocurrencia, de que le hagan un monumento en su honor. El monumento debía ser de oro puro, adornado con piedras preciosas y diamantes. Sería uno de los símbolos del reinado y una demostración de belleza y poder, dándole más categoría al reino, y por ende, a su soberano. El escultor, que sea capaz de realizar semejante obra, recibiría toda la gratitud del rey, lo que lo convertiría en un ser honrado a lo largo y a lo ancho del país.

¿Nosotros estaríamos dispuestos a ofrecernos para realizarlo? Aquí no se trata de un proyecto empresarial, donde podríamos ser los encargados de determinada parte de la obra, digamos, capataces con cierta cantidad de operarios a cargo…

En nuestro caso, se trata de un escultor que trabajaría solo. Todo dependería de nuestras manos, de la forma en la que empuñamos el martillo. Cada golpe podría ser mágico o catastrófico.

Pero lo más grave, es que no tenemos la menor idea de cómo hacerlo, no tenemos experiencia, ni oficio. No podemos emprender una obra semejante sin saber dar ni siquiera el primer golpe, sin conocimientos, sin nada de nada…

Y hay algo más, se trata del honor del rey, de darle brillo y esplendor. Y si hacemos algo un poco torcido o inadecuado, tal vez fallado…, estaremos estropeando nada menos que el honor del rey, su reino será despreciado, y nosotros seremos los responsables de esa traición, que se castiga con la horca…

En un caso así debemos ser inteligentes, y escuchar las palabras de nuestros jajamim: ¿quién es el sabio?, el que sabe cuál es su lugar. ¿Qué significa esto?

Cada uno de nosotros debe saber hasta dónde podemos llegar, qué podemos hacer y qué no podemos hacer. No arrojarnos al vacío para conseguir una corona que no nos corresponde, porque no será adecuada para nuestra cabeza…

Pero, cuando estudiamos nuestra perasha, vemos que en la construcción del Mishkan, no hicieron de la forma que estamos estudiando.

El Bore Itbaraj, el Grande, el Fuerte y el Temible, ordena la construcción de un Templo donde estará Su Presencia, la Divinidad.

Deben realizarse trabajos muy delicados, con maderas y metales, con oro, plata y cobre. Otros debían trabajar con cortinados, con costuras y enganches artesanales. Algunos debían preparar colores para pintar las maderas o para teñir las telas.

¿Quiénes fueron ordenados a realizar estas tareas? Los hombres que un año atrás fueron esclavos, que trabajaron utilizando paja y barro, para construir ladrillos y para hacer todo tipo de trabajo del campo. Entre ellos no había carpinteros ni orfebres. No había costureros ni joyeros. Tampoco curtidores de cueros ni bordadores. ¿De dónde podíamos sacar artesanos y especialistas en tantos tipos de actividades?

La Tora contesta todas nuestras preguntas: “y se acercó todo hombre que puso su corazón”, y explica el Ramban: porque entre ellos no había quién pudiera enseñarles un trabajo tan especial como lo que debían hacer, tampoco existían los artesanos o profesionales que sabían determinada tarea. Lo que sí encontramos en esa generación: hombres que podían poner todo su corazón en el Camino de Hashem y que se presentaron ante Moshe Rabenu, diciendo: ¡yo haré todo lo que Mi Señor me diga!...

¿Cómo podían hacer algo así? ¿Cómo no tenían miedo de hacer algo mal, de que sus manos cometieran algún error y que fueran castigados por eso?

La respuesta es muy sencilla: si se tratara de un rey de carne y hueso, no podrían jamás atreverse y presentarse como candidatos: conocimientos no tenían, experiencia menos, de sus manos no saldría un monumento, sólo podría salir una piedra deformada que sería una vergüenza para el rey y para todo el reino. Y esto provocaría la furia del rey contra el autor de semejante desastre.

Ellos se están ofreciendo como voluntarios para trabajar con el Rey del Mundo, y en este caso “nuestro corazón se entrega a Hashem”, y en el momento en que sentimos temor a Su Voluntad y entregamos nuestro corazón, Hashem nos da de regalo todo lo necesario para concretar Su Voluntad: ahora somos artesanos, o profesionales, o lo que haga falta para realizar la obra. Hashem nos da la capacidad y ahora ¡nada puede faltar! Porque todo el mundo le pertenece. Todo el mundo es de Hashem, y todo está bajo Su Fuerza, El nos da la fuerza para hacer cualquier cosa, y así nada malo puede suceder…

Y como no podía ser de otra forma, el resultado fue el Mishkan, una obra excelente, perfecta, tanto que un ojo no podía ver semejante esplendor y brillo…

Todos sabemos que la Tora es eterna y que su mensaje, su aprendizaje, también es eterno. En cada perasha, en cada versículo, existe un mensaje importante, fundamental para nuestras vidas. Algo que tiene una utilidad permanente, para todo hombre, para toda generación.

Como sabemos, el Mishkan es sólo un ejemplo del Tabernáculo interior que existe dentro de cada ser, y que debemos construirlo, decorarlo y embellecerlo, convirtiéndolo en el lugar donde pueda “instalarse” la Divinidad.

Y existe algo, que puede compararse, en Santidad, con el Kodesh Kodshe Hakodashim, el lugar más sagrado del Beit Hamikdash. ¿Quién o qué puede compararse con esto? El corazón del hombre, como está escrito en el Zohar Hakadosh, que en el corazón debemos colocar las Tablas de la Ley, y la Sagrada Tora.

La Menora (el Candelabro) se encenderá con la luz de la inteligencia y el Ketoret (el Incienso) será el producto de las cualidades. La Mesa estará apoyada en la pureza del dinero, y la Pileta sobre el alejamiento de todo mal. Cada instrumento estará representado por algo de nuestro mundo, de nuestro entorno…

Y nosotros podemos pensar: ¿qué puedo hacer?, ¿qué fuerza tengo yo?, ¿cómo puedo llegar tan alto?, ¿construir un Mishkan, yo? Y supongamos que podría construir ese Mishkan, ¿cómo haría para introducir allí las Tablas de la Ley?, ¿y menos un Sefer Tora, la Menora o cualquiera de los elementos del Beit Hamikdash? ¿De dónde puedo sacar yo todo esto? Somos tan pequeños, tan débiles, no tenemos conocimientos ni experiencia, no tenemos absolutamente nada…

Viene la perasha y nos enseña: el que quiere, pero lo quiere de verdad, con el corazón, podrá hacerlo. El que puede acercarse al rab o al more y le dice con intención: “yo haré todo lo que usted me diga”, recibirá las fuerzas y la ayuda desde el Cielo: sabiduría, inteligencia y entendimiento, todo lo que sea necesario para la construcción del Mishkan interior, con toda su belleza y esplendor. Integro. Porque nuestro corazón se entrega al Creador y Hakadosh Baruj Hu está esperando nuestra entrega para ofrecernos sus tesoros. Abran una puerta tan pequeña como el agujero de la aguja…, y toda la Bendición del Cielo, toda la abundancia, toda la Santidad, vendrán en nuestra ayuda y llenarán nuestras vidas.

 

Traducido del libro Maian Hashavua.

 

Leiluy Nishmat

Israel Ben Shloime   z”l

Lea (Luisa) Bat Rosa    Aleha Hashalom

Iemima Bat Abraham Avinu    Aleha Hashalom

 

 



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