Adaptación Rav Gabriel Guiber
Parasha semanal

La Carta

LA CARTA En la ciudad de Mir, que estaba a un lado del límite entre Polonia y Lita, vivía una muchacha que había quedado huérfana a muy temprana edad. Creció y mientras sus amigas se iban casando, quedó soltera. Le era muy difícil encontrar con qui
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LA CARTA

En la ciudad de Mir, que estaba a un lado del límite entre Polonia y Lita, vivía una muchacha que había quedado huérfana a muy temprana edad. Creció y mientras sus amigas se iban casando, quedó soltera. Le era muy difícil encontrar con quien casarse, decían que podía ser porque era de muy baja estatura, o porque era pobre y huérfana, pero la realidad era porque buscaba un muchacho que “santifique” toda su vida al estudio de la Tora. Y para poder casarse con un muchacho así, hacía falta que su familia se ocupara del sustento, pero ella no tenía ni padre ni madre ni quién pueda ayudarla a lograr ese objetivo tan sagrado.

Ella trabajaba como bibliotecaria e intentaba juntar todo el dinero que le era posible para su gran finalidad, pero los años pasaban, y sus compañeras y amigas ya habían formado un hogar, y ella seguía sola y triste. Pero no se entregaba, no iba a resignar, no iba a “aflojar” de ninguna forma. No se permitiría tener un esposo que no cumpliera con “sus condiciones”. No aceptaría casarse con alguien que no se dedicara plenamente al estudio de la Tora.

Un día, volviendo del trabajo, pensaba en su triste situación, y decidió escribir una carta, dirigida al "Unico" que podría ayudarla, a Hakadosh Baruj Hu. Sobre una hoja limpia de papel escribió todos sus rezos, todos sus pedidos que venía pidiendo año tras año, volcó todo su dolor, todo lo que salió de su corazón. Y al final, describió a quien quería por esposo: un hombre que se dedique solamente a estudiar Tora, poseedor de buenas cualidades, que no se preocupe por la pobreza. Y terminó la carta con las siguientes palabras: Tu, Hashem, le das sustento a los pobres, levantas a los caídos, seguro que podés tener una respuesta a mis rezos. Yo me “apoyo” únicamente en Ti, en todo momento. Te escribe, Tu Hija.

Introdujo su carta en un sobre, y en el lugar del destinatario escribió “Leabi Shebashamaim” (a Mi Padre que está en el Cielo). Se dirigió a uno de los campos que estaban fuera de la ciudad, y llevó el sobre en su mano. Estuvo allí parada hasta que sintió que el viento abrió su mano y le “quitó” la carta, en dirección al río que atravesaba el valle. Vio como la carta “volaba” y volvió rápidamente a su casa...

Pasaron unos pocos días, y uno de los alumnos de la Ieshivat Mir salió a dar un paseo por los campos cercanos. Estaba repasando lo que había estudiado esa mañana en la Ieshiva y de pronto vio un sobre cerrado que estaba atrapado entre las plantas. Se agachó para recogerlo, pensando en cumplir con el precepto de “Ashabat Aveda” (devolver el objeto perdido a su dueño). Pero cuán grande fue su sorpresa al ver que la carta estaba dirigida nada menos que a Hakadosh Baruj Hu.

Intentó pero no pudo dominar su curiosidad. Era más fuerte que él. En caso de no abrirla, debería comunicarle el hallazgo a su rab. ¿Y qué harían otros? Encontrar el dueño de la carta era imposible, alguien la tenía que abrir. No pudo resistir, abrió la carta y la leyó con atención, sin poder creer lo que leía. Volvió a la Ieshiva y la volvió a leer una y otra vez, sentía algo que no podía comprender, se unió al sufrimiento de la persona que escribió la carta, había en las plegarias tanta pureza, tanto sentimiento.

Se dirigió a la sala de estudio y fue donde el Rav de Mir, el rab hagaon Eliahu Baruj Kamoi ztz”l. Después de un breve diálogo con el rab, el muchacho le dice al rab:

¡Rav, yo estoy dispuesto a casarme con esa chica!

El rab estudió la situación y a pesar de que la muchacha era seis años mayor, aceptó la idea de su alumno.  Los deseos de la niña se cumplieron. Rav Itzjak Iejiel Davidovich, su marido, llegó a un nivel muy alto en el estudio de la Tora y en Irat Shamaim -temor al cielo. Se convirtió en el Mashguiaj de la Ieshiva de Minsk y entre sus ilustres alumnos estaba, por nombrar a uno de ellos, el Gaon Harav Iaacov Kaminetzky ztz”l.

El relato nos viene a mostrar la fuerza que tienen los rezos, que se identifican, como dijimos con “ani ledodi vedodi li”. Jazal - nuestros sabios nos dicen en el tratado de Berajot (6b) que la tefila es una de las cosas que llegan a las posiciones más elevadas de los cielos y que la gente no valora su poder ni su importancia. La Guemara no pretende decir que la desvaloración es directa, sino que es desconsiderada por no poder comprender su contenido. Y sabemos que es muy díficil rezar con la debida concentración. Y hay varios motivos que justifican (¿?) esta dificultad. Hay, por ejemplo, gente a la que le cuesta estar parada mucho tiempo en el mismo lugar. También encontramos la persona que no puede recitar palabra por palabra, digamos, se traga las palabras. Y para todos, está el gran problema de no entender la explicación de lo que decimos, y saber que estamos parados delante de Hakadosh Baruj Hu...

Para solucionar esto, lo primero es pensar sobre nuestros rezos. La carta nos muestra todo lo que puede hacer un sentimiento de fe, simple y sincero, que a la vez es muy fuerte. Puede ser que los rezos de la señorita de la carta no sean los que nosotros conocemos, ella no fue a rezar al Beit Hakneset, tampoco rezó leyendo lo que está escrito en el “Sidur”, el libro de oraciones, hasta es posible pensar que ella misma no sabía que estaba rezando, simplemente escribió sus sentimientos sobre un papel. Lo que hizo fue una demostración de fe muy grande, expresando que solamente Hakadosh Baruj Hu podría ayudarla, lo que es la base de todos nuestras plegarias. El que cree con fe completa que solamente podemos rezar a Hashem, y que no es posible esperar nada de nadie fuera de El, no podrá restarle valor a los ruegos. Esta persona sabe que las plegarias es una de las cosas que están en lo más alto del cielo.

En verdad, todo iehudi tiene esa fe interna y sabe de la fuerza de los ruegos. Inclusive el iehudi más alejado, que no recibió la educación para cumplir con la Tora y los preceptos, tiene la fe en lo más profundo de su corazón, cree en Hashem y sabe que cuando lo necesite, puede recurrir a El. El rab hagaon Eliahu Lupian ztz”l, solía contar sobre un conocido “renegado” (que negaba en público la existencia de Hashem y cometía pecados a la vista de toda la gente para provocarla), que en su ancianidad se enfermó muy gravemente. Los médicos dijeron que no tenía ninguna esperanza, y que su fin estaba muy cerca. Pero, tenía la posibilidad de someterse a una muy complicada operación, que solamente podría (no con seguridad) alargarle un poco la vida. Esta operación, de la que no se sabía si podría o no ayudar en algo, era muy peligrosa, y podría ocurrir que el paciente muera en la mesa de operaciones. El hombre decidió correr el peligro, y operarse.

Una vez recostado en la sala de operaciones, con el anestesista preparado para dormirlo, pegó un grito tremendo, que sorprendió a todos los que estaban allí presentes. ¿Qué fue lo que gritó este renegado? “En Tus Manos deposito mi alma, me trajiste hacia la verdad” (Tehilim 31).

¿Cómo? Todos se preguntaron de dónde le salieron estas palabras. ¿Cómo una persona de estas características puede sacar de su boca un versículo que expresa la fe en su máxima potencia?

Contestó el rab: David Hamelej dice en sus Tehilim (cap.130): “...de las profundidades te llamo, Hashem”, y cada persona llama al Bore Olam desde “su” profundidad. Está la persona que tiene la fe “saliendo”, en la puerta de su corazón, que en cualquier momento está preparada para rezar con concentración y sentimiento. Y hay otros, que tienen la fe “encerrada” en las profundidades del corazón, y que pueden “despertarse” y rezar con emoción, solamente en determinados momentos o tiempos, como, por ejemplo, en las “fiestas”, en los “Iamim Noraim”. Y también están, los que en estas fechas tampoco se despiertan, que solamente cuando pasa “algo”, cuando se avecina algo no muy bueno, derraman su corazón como si fuera agua frente al Creador.

Este tipo de personas pueden tener reacciones muy fuertes, porque el rezo sale desde lo más profundo de sus corazones. Y fue lo que pasó con este hombre, que de pronto se dio cuenta que después de que el anestesista lo duerma, podría suceder que nunca más despierte, y esa fue “su” profundidad.

Nosotros, podemos considerarnos dichosos, que no necesitamos llegar a semejantes extremos para pararnos a rezar delante de Hashem, con nuestro Sidur en las manos. Agradecemos al Bore Olam que no esperamos a que ocurra, lo alenu, una desgracia, para elevar nuestras plegarias.

Dichosos, que podemos enseñar a nuestros hijos a rezar con fe! Pero, todo esto trae también un peligro, nuestra continuidad y facilidad nos puede llevar a la rutina, que provoca que no tomemos conciencia en el momento de los rezos que estamos parados frente al Creador del mundo. Y dejamos pasar la gran oportunidad, de pedirle a Hashem que cumpla con todos los deseos de nuestros corazones. Olvidamos que “Hakadosh Baruj Hu está cerca de los que lo llaman, de todos los que lo llaman en verdad”.

Especialmente en estos días, que el profeta Ieshaiahu proclama que llamemos y pidamos a Hashem, que aprovechemos porque está “cerca”. Días en los que los rezos de una persona sola tienen la misma fuerza que la de un grupo de personas.

Nuestros jajamim compararon estos días, como la oportunidad especial que tienen las personas de hablarle a un rey cuando salió del palacio. En cualquier otro momento es muy difícil acercarse al rey, que está encerrado en su palacio trabajando sobre los asuntos de su país. Pero cuando el rey sale y pasea por el pueblo, cada uno puede acercarse a él y hacerle sus pedidos. Qué grande será la alegría del que no desperdicie ese momento tan valioso.

Por eso, tenemos que fortalecernos en todos los temas que rodean a las plegarias. Primero, hay que tener en cuenta la importancia propia de los rezos, y lo afortunados que somos que podemos “hablarle” al Rey. El rab hagaon Jaim Mibrisk ztz”l dice que en la tefila hay dos cosas fundamentales: el reconocimiento del hecho, de que rezamos parados frente a Hashem y el entender qué estamos diciendo.

Aunque suene repetido, lo más importante es saber que estamos parados frente a Hashem, lo que nos obliga a pararnos “correctamente”, no como si estuviéramos a punto de caer, o apoyados en todo lo que encontremos a nuestro alrededor. También tenemos que ponernos “serios”, concentrarnos, y con humildad. Otra cosa es la paciencia, los rezos y los cantos pueden parecer a veces muy largos, y a veces tenemos que esperar mucho tiempo a que el resto de la gente termine de rezar, es el momento de tomar un libro y estudiar algún tema “simple” o leer algunos capítulos del Tehilim.

No hace falta que nos apuremos, conviene acostumbrarnos a rezar palabra por palabra, para entender y concentrarnos mejor, y no correr como un caballo en medio de una guerra...

Con el transcurso del tiempo, intentemos acostumbrarnos a decir nuestros rezos, aunque sea sólo algunas partes, con concentración, para esto nos puede ayudar estudiar el significado de las plegarias. Y así, casi sin darnos cuenta, estaremos subiendo un peldaño más, en la escalera de nuestra espiritualidad, e iremos descubriendo los secretos escondidos en las alturas de los cielos, entenderemos lo que decimos y no estaremos entre los que no valoran la importancia de la tefila.

Y El que Escucha los ruegos, abrirá delante nuestro las Puertas de las Plegarias, Escuchará nuestros pedidos y recibirá con Piedad y Voluntad nuestras palabras...


Lekaj Tov.



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