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Parasha semanal

Alimento vital

Ayer veía un video por youtube de un programa de televisión argentina llamado “Todo tiene un por qué” donde abordaban el tema de la “intolerancia a la lactosa”. El invitado especial era un médico, quién explicaba que al revés de lo qu
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Ayer veía un video por youtube de un programa de televisión argentina llamado “Todo tiene un por qué” donde abordaban el tema de la “intolerancia a la lactosa”. El invitado especial era un médico, quién explicaba que al revés de lo que se cree comúnmente, es muy normal que muchos de nosotros seamos intolerantes a este tipo de azúcar que se presenta en la leche. Lejos del saber popular que establece: “si no comes lácteos te quedas sin calcio”, lo que sucede es todo lo opuesto. La fundamentación para tal aseveración era que el calcio se encuentra en las frutas, verduras, legumbres. Porque si no, ¿de dónde saca la vaca el calcio? ¡Del pasto! Comentaba que este saber común es muy fuerte en todos nosotros, al punto de encontrarse con padres que ante la indicación de que su hijo debía dejar de consumir lácteos, reaccionaron de manera dramática.

El doctor planteaba que la leche no es un alimento malo. Hoy en día es seguro, rico, accesible, y que por esas razones hay que tomarlo, pero no por ser un alimento vital.

¿Cómo puede ser que se haya instalado esta creencia social que dista tanto de la realidad? En perspectiva histórica el médico explicaba que el origen del consumo de leche a gran escala se dio después de la Segunda Guerra Mundial. Haciendo un análisis sociológico sugería que mientras se peleaba la guerra la mano de obra que primó fue la de la mujer. Ella ingresa a las industrias a fabricar armas, barcos, ametralladoras, pero cobraba un sueldo menor al que se le pagaba al hombre antes de la guerra. Cuando termina la guerra y las parejas se reúnen nuevamente, comienzan a tener familia. Pero, ahora, al volver el hombre a estar disponible como mano de obra, le salía más caro al sistema que lo que costaba la mano de obra femenina, ya que cobraba un 25% más que ella. Como consecuencia de lo anterior, en la década del ‘50 explotan tres cosas:  el bebesit, el osito de peluche, y la leche de vaca en polvo.

¿Cómo se logró instalar que la leche de vaca es un alimento bueno, sano, amigable, necesario?

Mediante la publicidad, en todos los canales, a toda hora, en todo lugar.

A raíz de esto empecé a pensar que si existe este grado de desinformación instalada en la sociedad con respecto a la alimentación, cómo no va a suceder lo mismo con las ideas que se tienen acerca de las personas que viven de acuerdo a la Torá. Si un producto, o para ser más precisa, una industria, comestible/bebible logró proyectar una idea que opera en las casas, y en los bolsillos de gran parte del mundo, cómo no iba a suceder lo mismo con ideas en torno a una vida religiosa. En este caso no son solo 67 años de publicidad a favor, como lo era con la leche, sino que venimos de mucho tiempo atrás asistiendo a un proceso de asimilación profundo, donde lo más importante era pertenecer a la sociedad donde vivíamos como ciudadanos laicos más que como judíos.

O aún más: había que despojarse de toda insignia que reflejara nuestra condición, nuestra identidad. Fue así que cobraron mucha fuerza ideas que identificaron lo religioso como parte de algo antiguo, arcaico, hasta retrógrado.

Que te lavan la cabeza. Que el hombre y la mujer no son considerados por igual, y que los rituales forman parte de una costumbre más que de un precepto vivo, totalmente actual y que sustenta energía divina.

Gracias a D’os hoy en la actualidad, donde asistimos a un consume exacerbado de todo tipo de bienes que nos inunda y nos crea falsas necesidades, también existe un fenómeno nuevo donde muchos de nosotros nos preguntamos qué tiene para decir la Torá sobre la vida, las relaciones, el amor, las misiones individuales. Somos conscientes que aumenta cada vez más la fragilidad en los vínculos y a muchos de nosotros nos lleva la reflexión: ¿esto es lo que realmente quiero?, ¿esto vine a hacer a esta vida? Genera preguntas existenciales que podemos ir respondiendo gracias a los distintos centros de estudios donde encontramos rabinos, rebetzin y maestros que nos ayudan a pensar e interrogarnos. Contamos también con variados libros en diferentes idiomas que aportan información muy valiosa.

Pero es una tarea difícil la que tenemos por delante. No sólo por los años de asimilación que portamos como judíos en la espalda, sino porque, nuevamente, ¿a quién le sería funcional que todos nos acerquemos a nuestras raíces? ¿Qué industria ganaría económicamente con el acercamiento de los judíos a su Fuente Original? Por el contrario, si lo pensamos a gran escala, muchas industrias se verían perjudicadas.

Recordemos que una vida de Torá se caracteriza por la mesura, el equilibrio, el balance justo entre material y espiritual.

El entrecruzamiento entre estos dos polos hace que nunca prime lo material per se. Siempre es una vía para, un camino para el ascenso interior.

Esta voz casi aislada de un médico que logra explicar el conocimiento objetivo en torno a una verdad que considerábamos el saber absoluto pero que no era tal, puede hacer eco en aquellos que están atentos a apreciar la verdad de las cosas. Lo mismo ocurre con la Torá, cada vez tenemos que ser más los que alcemos la voz, estemos donde estemos, para contar la verdad de lo que es llevar una vida de Torá, desterrar mitos, explicar y dar las vías de información para saber por nosotros mismos qué venimos a hacer al mundo y cuál es nuestra tarea.

Nosotros tenemos que contarle al de al lado, el placer que sentimos al entender los caminos de D’os. Para nuestra comunidad y para la sociedad en general. Porque en este terreno sí que todo tiene un por qué, animarnos a preguntar es dar con el alimento vital de nosotros mismos.



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