Rav Nissim Bahar z\"l
Parasha semanal

El letrero luminoso

SHABAT, TITULO DE IDENTIDAD JUDIA Toda persona que posee un negocio, fija una placa a la entrada, indicando su nombre y su ramo. Mientras dicha placa figura, es señal de que el dueño existe. Es posible que esté de viaje y que el negocio permaneció cerrado unas cuantas
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SHABAT, TITULO DE IDENTIDAD JUDIA

Toda persona que posee un negocio, fija una placa a la entrada, indicando su nombre y su ramo. Mientras dicha placa figura, es señal de que el dueño existe. Es posible que esté de viaje y que el negocio permaneció cerrado unas cuantas semanas, pero siempre y cuando la placa existe es prueba que la firma funciona. Del mo­mento en que es retirada la placa, es seguro que la firma fue cerrada.

Tal es el caso concerniente al Shabat. El Shabat es una señal entre el Creador y nosotros que muestra que El creó los cielos y la tierra durante seis días y reposó el séptimo. El Shabat es igualmente la señal de cada judío que testi­monia por contrato entre D\'s e Israel, que él es judío. Aún si ocurre que este transgrede uno de los otros mandamientos de la Ley, no significa esto que abandonó su religión. Puede ser que el dueño interrumpió momentáneamente su ne­gocio con intención de reanudarlo como lo indica la existencia de la placa. Mientras observa el Shabat, sigue siendo el dueño del negocio; pero si lo profanó, es como si le quitaran la placa que es un testimonio de que su alma no es alma judía. Por lo cual dijeron nuestros Sabios: Todo aquél que profana el Shabat es como si renegara de toda la Ley.

¡Hijo de Israel, cuida mucho de conservar esta placa del Shabat grabada en el fondo de tu corazón toda tu vida!

Jafets Jaim en una conferencia sobre la guardia del Shabat

 

UN GRAN JUDIO, PUESTO EN PRUEBA UNA NOCHE DE SHABAT

En el año 5645 durante mi estadía en la ciudad de Minguen en Holanda, conocí a un an­ciano, héroe del episodio que les relataré.

Este anciano era propietario de tiendas im­portantes que había entregado a manos de sus hijos, al retirarse del negocio. Aún a la edad de 80 años conservaba sus fuerzas y su viejísima madre vivía con él.

Era noche de Shabat y toda la familia estaba reunida alrededor de una hermosa mesa de Sha­bat en un ambiente característico de cantos y alegría.

De repente, la sirvienta anunció la llegada de un emisario de la casa real que deseaba hablar con el dueño de la casa.

— "Lamento mucho tener que molestarles", dijo el emisario, "pero traigo un mensaje de su Alteza el príncipe Enrique, que desea que Ud. le entregue una cantidad de alfombras según detalle de esta lista, que desea urgentemente para adornar el palacio en ocasión de una festi­vidad que ha de tener lugar esta misma noche."

Contestó el amo de casa : "A mi gran pesar, me es imposible satisfacer a Su Alteza, ya que hoy es Shabat y solo puedo remitir la mercancía a la salida del día."

"No es posible", dijo el emisario, "pues le repito que se trata de una fiesta a la cual los invitados van a asistir esta noche".

"Me está prohibido ocuparme de negocios en Shabat", explicó el anciano, "por lo cual le ruego comunique a Su Alteza que mucho me duele no poder complacerle."

El emisario salió y los cantos interrumpidos fueron reanudados. Aún estaba la familia reunida alrededor de la mesa cuando el mensajero real apareció de nuevo: "Su alteza exige que le envíe sin demora las alfombras que necesita, pues no es posible procurárselas de otro lugar. Si no las recibimos de inmediato, todo nuestro programa será trastornado".

El amo de casa replicó: "Sólo puedo repe­tirle lo antedicho. Por ser Shabat, a pesar de las circunstancias, me es imposible servir a Su Alteza".

Después de la oración de la comida, apare­ció por tercera vez el emisario, portador de una carta cuyo contenido era el siguiente:

Muy respetable Sr.,

Estoy comprometido y debo recibir inmedia­tamente las alfombras por las cuales estoy dis­puesto a pagar un precio doble o triple. Si Ud. rehúsa, sin embargo, a mi demanda, aténgase a las consecuencias. Le ruego estudie bien el caso.

Firmado : Príncipe Enrique

Después de leer la carta, respondió el an­ciano: "Debido a la santidad del Shabat, no puedo contestar por escrito. Le ruego comunique a Su Alteza que siendo él quien manda, es mi deber cumplir su demanda. Pero existe un dueño Superior, el Rey de los reyes, Creador de todo, quien me encomendó de observar el Shabat y esta orden es primordial para mí".

Al salir el mensajero, el descontento se manifestó entre los hijos. Los mayores opinaban que debían remitir las alfombras sin mencionar precio a fin de satisfacer al príncipe y evitar consecuencias desagradables.

La abuelita paró la discusión con estas pa­labras: "Nietos míos, ¿por qué apenáis a vuestro padre? Debemos, al contrario, alegrarnos de que D\'s nos dio la ocasión de hacer un sacrificio por su Santa Ley. En su mano está de compen­sarnos por el gran perjuicio que este asunto nos puede acarrear.

Esa noche a la salida de Shabat, el amo de casa recibió una convocación urgente ante el príncipe para el lunes por la mañana a las 10. La familia quedó muy preocupada. A la hora fijada se presentó el hombre al palacio, el cora­zón latiendo. A su sorpresa, fue recibido calu­rosamente. El príncipe le invitó a tomar asiento y le declaró:

"Querido y respetable Sr., le pido excusas por mi comportamiento desagradable hacia Ud., pero la noche de Shabat me visitó el famoso Barón Ludvig. Conversamos de temas diferentes y hablamos de los judíos en general. El Barón mantiene que Uds. son el pueblo más materia­lista del mundo y que para Uds. todos los medios de enriquecerse son buenos. Yo me opuse a esta opinión y ambos decidimos ponerle a Ud. a prueba. Estoy contentísimo de que haya salido Ud. victorioso y que así me haya dado la razón. Mi sim­patía hacia los judíos permanecerá para siempre. En la casa real holandesa, sabemos que los judíos son sinceros y cuentan entre nuestros mejores ciudadanos".

Pasadas unas semanas, recibió el anciano un documento nombrándole surtidor de la familia real en todos sus ramos.

La princesa Mediana, tía del rey, regresó de un viaje a Tierra de Israel y le trajo unos Tefilin como recuerdo de la ciudad santa.

Basado en una historia publicada por M. Lehman

Extraído del libro El Shabat y su santidad con la autorización de la família del autor



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